Anne Igartiburu y Jorge Javier Vázquez comparten profesión, fama, pasión por la interpretación y ambos han triunfado, se han sostenido en lo alto y hecho dinero gracias al cotilleo. Uno, aún en el descenso de su cadena y su programa estrella, es el puto amo del estilo más sórdido pero eficaz del panorama mediático. Otra es el icono estrella de las campanadas de Fin de Año, versión blanca del corazón, pero sobre ella cae a plomo el peso de la impostura constante y de la incoherencia de quien se gana la vida con el cuché que detesta. Dicen que su sonrisa profesional contrasta con una cierta arrogancia en las distancias cortas.
El broncas de la tele
A sus 51 años, tiene un sueldo estratosférico, una desdichada vida sentimental que expone sin pudor y es, incluso en el año del declive de Sálvame y Mediaset, el activo más importante del elenco de Paolo Vasile, aunque el futuro pase por híbridos con menos fiereza como Sonsoles Ónega. Muchos se preguntan si detrás de una persona culta, relativamente joven y rica como Jorge Javier Vázquez hay más amargura que felicidad.
El presentador badalonés exhibe con preocupante frecuencia una foto fija que exuda violencia a raudales durante el show, aunque no tanta como los ultras negacionistas que le acosan por la calle, muestran su odio y gritan ''a por él'', unos impresentables cuando no algo peor.
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Una de las características diferenciadoras de Jorge Javier, respecto de otras estrellas del firmamento televisivo, es su mal carácter, sus enfrentamientos con los personajes con los que comparte plató. Esta semana, Lucía Pariente, la madre de Alba Carrillo, le ha llamado "sinvergüenza" después de que Jorge Javier la amenazara ("¡Cuidadito! Yo no amenazo, ejecuto") y la expulsara de un programa. Pero este episodio es solo uno más del rosario de guerras que componen el historial, no podemos decir delictivo, pero sí marrullero de uno de los presentadores españoles más influyentes.
Lo de delictivo, en cursiva, puede ser una exageración pero cabe cuestionarse si la permanente escenificación de malos modos y gritos de quien normalmente debería poner paz en un plató no atiza otros aspectos preocupantes que amenazan a nuestra sociedad. Porque los delincuentes que gritan a Jorge Javier por la calle son peligrosos pero hacia el púlpito desde el que pontifica este profeta de la telebasura miran millones de espectadores. Mal ejemplo.
Como dice algún directivo de Mediaset, la cotizada de Berlusconi "no es ninguna ONG" pero, de ahí a extender a audiencias masivas, horas y horas, día tras día, mes tras mes, año tras año, números tan tensos, va un mundo.
Jorge Javier es la cara visible, el icono de esos espectáculos nada pacíficos que Paolo Vasile inocula en los salones de las casas, ya de por sí crispados por muchas cuestiones realmente importantes, pero que generan la audiencia que la cadena necesita para ganar dinero. Y uno de los brazos armados más reconocibles del horror-entertainment es el filólogo más famoso de España. También es verdad que además de malas maneras cuenta con grandes virtudes como unos reflejos admirables, un fino sentido del humor y esa retranca que le ayuda en su papel. Pero es un broncas.
De Lucía Pariente a Massiel, de Isabel Gemio a Isabel Pantoja, de Belén Esteban al paparazzi Antonio Montero, de Ana Rosa Quintana a Raquel Sánchez Silva o Paloma García Pelayo... La lista de personajes a los que este villano mediático ha ridiculizado, amenazado, gritado, humillado, atacado o descalificado en público es tan larga como su propia carrera, una concatenación de triunfos en su indiscutible savoir faire como gran maestro de su especialidad, una habilidad que le ha cubierto de oro porque, si su sueldo es bueno, mucho más alto es el beneficio que ha reportado a sus productores y a su cadena.
Hola corazones: sé que sois todos lelos y por eso os hablo así
Anne Igartiburu y su sonrisa han vuelto a TVE en un intento desesperado por salvar algo de audiencia tras el desastroso resultado de los magacines matinales de La 1, que dejaban el share antes del Telediario de las 15h muy por debajo de los dos dígitos gracias a esos engendros matinales que Tornero tiene que comprarle a José Miguel Conteras, que será doctor en Periodismo por la Universidad Complutense, pero que produce más basura que tele, y no solo por los deleznables resultados de sus formatos sino por la inconsistencia de los contenidos que propone en las matinées de la televisión pública, donde cada día cambian algo profundizando en una incoherencia y falta de rumbo protagonizada por contertulios que hablan como pollos sin cabeza. Con decir que Anne ha tenido que acudir en su socorro...
Pero Igartiburu ha vuelto tan insípida como antes. Un presentador no ha de ser el Jorge Javier maleducado que insulta, grita, reta y amenaza pero tampoco un ser insípido, con una imparcialidad patológica tan inverosímil, que raya la impostura, como ocurre con Anne, la vasca que quiere ser agradable pero que apenas puede disimular, a pesar de contar con una carrera televisiva aún más extensa que Jorge Javier, su incomodidad por presentar programas del cotilleo que detesta.
La inseguridad retórica de Anne exaspera, el tono de las entradillas que le escriben en Corazón y sus poses artificiales son el extremo contrario a la apasionada implicación de Jorge Javier. El badalonés es de todo menos neutro pero la elorriana de TVE, una año mayor que su colega de Mediaset, quiere ser tan didáctica que, de algún modo, insulta a muchos de sus espectadores a los que habla como si fueran párvulos mentales con la prudencia empalagosa de una corrección política enfermiza y un buenismo más falaz que Nerón, al que pillaron encima de una romana y dijo que se estaba pesando.
Igartiburu es capaz de contar la más desgarradora de las rupturas sentimentales como si se estuviera comiendo a lametones algodón de azúcar rosa. Esa incoherencia de quien odia el cotilleo pero vive de él hace que pase de puntillas por el conflicto que está vendiendo al televidente. El resultado es extraño pero ahí está.
Igartiburu y Jorge Javier cuentan con virtudes, sin duda. Tienen en común que han sido capaces de llegar a lo más alto y sostenerse mucho tiempo. Sus trayectorias profesionales son muy distintas pero la vasca y el catalán pueden presumir de haber logrado lo más difícil en su profesión: aguantar ahí. Es inatacable que atesoran cada uno su propia y marcada personalidad. Y eso no es gratis. Han sacrificado sus otras vidas.

Las vidas privadas de los cronistas rosas
Anne da las campanadas una vez al año pero normalmente se dedica a contar las existencias de otros. Por ambas cosas, cobra, según se ha publicado, 300.000 euros al año, un sueldo estratosférico para una cadena pública pero que apenas es la décima parte del que se lleva su colega de Mediaset.
Anne, al contrario que Vázquez, procura ocultar su vida. Conoció en 2001 al bailarín Igor Yebra, con el que se casó en 2004. Tras la boda, dos años duraron antes de divorciarse. En 2013 conoció al director de orquesta Pablo Heras-Casado, con el que se casó en secreto el 30 de noviembre de 2015 en el ayuntamiento de su localidad natal de Elorrio. Ese matrimonio duró cinco años.
La verdadera felicidad familiar de Anne, cuya leyenda sentimental pretenden las malas lenguas situar en regios palacios y bañar con el halo de alguna saga taurina, son sus tres hijos: Noa (2001), adoptada por ella e Igor en India en 2004; Carmen (2011), adoptada en Vietnam en 2013; y Nicolás (2016), hijo natural de ella y Pablo Heras-Casado.
Jorge Tampoco ha sido capaz de hallar la estabilidad sentimental, aunque en su caso poco podemos añadir porque él ha contado al derecho y al revés sus despendoles, sentimientos, vacaciones, estados de ánimo, tristezas y alegrías.
De Jorge, cuyo amor a los animales le honra, no se podrá decir que no ha compartido generosamente su dimensionado salario con su familia, o que no sienta un amor hacia su madre, de la que habla con tan valiente sinceridad que raya el exhibicionismo, al contrario que Anne. Y luego están las frustraciones de ambos.
Mamá, quiero ser artista
Hablando de frustraciones, otro sacrificio de Jorge y de Anne ha sido tal vez no poder dedicarse al cien por cien a desarrollar su pasión por actuar, un gusanillo mitigado en cada caso como han podido. Ella ha tenido oportunidad de hacer sus pinitos con media docena de películas que nos permiten calificarla de actriz. Por cierto que sacó adelante muy bien su papel de enfermera en El lápiz del carpintero (Antón Reixa, 2003), la adaptación cinematográfica de la novela de Manuel Rivas.
Jorge Javier tuvo que tirar de tarjeta y producir sus sueños con la fortuna ganada en la telebasura para satisfacer su ansia por la interpretación, después de demostrar que como escritor tiene un pase, por mucho que se metan con él críticos que probablemente no hayan leído La vida iba en serio ni Último verano de juventud, que no pasarán a la historia de la Literatura pero no son lo peor que ha llegado a las librerías. Parece que su obra Desmontando a Séneca no acaba de cuajar y que tiene problemas para llenar pero es plausible que dedique sus esfuerzos a redimirse por una pasión auténtica, aunque no sea turca, como las telenovelas de Antena 3 que le están bajando los humos y la audiencia.