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El mundo enclaustrado de Julian Assange: habitación de 30 metros, enfermedades y citas con Pamela Anderson

Guiñando un ojo y levantando el pulgar. Así posaba ante la prensa Julian Assange (47) este jueves desde el vehículo que le conducía al tribunal de Londres. La imagen ponía fin a casi siete años de estancia en la Embajada de Ecuador en Londres, en una habitación de 30 metros cuadrados que el fundador de Wikileaks convirtió en su universo particular. Allí vivía junto a su gato Michi, con vigilancia las 24 horas del día y asediado por los paparazzi, que buscaban una nueva instantánea suya cuando descorría las cortinas y se asomaba a la ventana.

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El habitáculo de Assange contaba con una cama, una caja de herramientas a modo de mesita, una televisión, un ordenador con acceso a Internet y una alfombra en la que pasaba gran parte de las noches porque llegó a confesar que podía permanecer despierto durante 22 horas y solo dormía cuando el agotamiento le tumbaba.

El australiano vivía con el miedo a ser detenido y, por ello, adquirió unas esposas para encadenarse al cónsul ecuatoriano en caso de que vinieran a por él. El activista, que está acusado de difundir miles de secretos oficiales de Estados Unidos a través de su página web, se evadía de estos temores trabajando, tal y como él mismo reconoció: "Lo más contraproducente es mantenerme aquí. No tengo nada que hacer más que trabajar". Y es que desde su refugio ayudó a esconderse a Chelsea Manning, quien filtró en 2010 los documentos reservados de las guerras de Irak y Afganistan a Wikileaks, y ha coordinado las labores de los trabajadores de dicha web.

En ocasiones, Julian dejaba su habitación y compartía otras estancias de la embajada con los empleados. También recibía visitas del exterior: periodistas, amigos artistas como George Gittoes, que le hizo un retrato, miembros del Vaticano y músicos como Brian Eno y PJ Harvey. El miedo de Assange a ser envenenado propiciaba que fueran ellos quienes le llevaran la comida. Pasta, sushi o shake, sobre todo. Y nunca del mismo sitio.

Pero entre todos sus visitantes, hay un nombre que destaca: Pamela Anderson. La actriz de Los vigilantes de la playa se convirtió en una amiga muy especial para el periodista. Le visitaba a menudo y comían alimentos veganos, los favoritos de ella. Los encuentros con Pamela, así como con el resto de personas que le visitaban, eran grabados en vídeo. Por ello, Assange encendía unas esferas que producían un ruido blanco, un poco molesto, que no permitía escuchar lo que decían en estas reuniones.

Las citas con Pamela eran, sin duda, las más especiales para él. Durante sus encuentros, la actriz copiaba aplicadamente todo lo que él deseaba transmitir al mundo, según le dijo al periodista Raffi Khatchadourian del The New Yorker: "Soy el puente entre su mundo enclaustrado y la vida más allá de él". Anderson trasladaba a su blog las conversaciones con Assange, "my Julian", decía ella, admiradora de todas sus facetas: "Es el hombre más inteligente, interesante e informado que existe. También creo que es bastante sexy", escribió en marzo de 2017.

Durante estos largos años, el activista australiano también ha sufrido algunas lesiones: se rompió un diente y tuvo una dolencia en el hombro que requería una resonancia magnética. Aunque muchos médicos se negaban a prestarle ayuda, sí le visitó un especialista en aislamiento y trauma. Él entonces le confesó que había sufrido episodios de depresión y ansiedad: "Ya nada es antes o después, no tengo puntos de referencia", le explicó.

Internet era una de sus vías de escape. Consumía prensa a diario y estaba al tanto de todo lo que sucedía en el mundo. Opinó de la influencia rusa en las elecciones estadounidenses, de Donald Trump como presidente e incluso del referéndum catalán. A finales de marzo, molesto por sus opiniones en Twitter, la embajada de Ecuador le cortó el acceso a la red. Era el principio del fin de su encierro, confirmado este jueves tras ser detenido por la Policía británica. Se abre un nuevo mundo para Assange.

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