Gana en las distancias cortas. Es simpático, muy bueno contando chistes, y trata por igual a un empleado doméstico que a un ministro. Es seductor y tremendamente cautivador. Ha venido al mundo para pasárselo bien. Aunque su padre fuera banquero, Agag es un pijo de libro, que no de cuna, pero lo disimula.
Cuando trabajaba en Moncloa comía muchas veces con los escoltas porque se lo pasaba mejor que con otras compañías más selectas. Aprende de todo y de todos. Dicen que Agag es lo mejor que le ha pasado a Aznar, aunque no dicen que sea lo mejor que le ha pasado a su hija.
"Alejandro había vivido mucho. Tenía 32 años. Ella solo 21 años. En un país árabe esto es normal. Pero en España ella era solo una cría. Sus padres se lo tenían que haber puesto más difícil", dice una persona que conoce bien a uno de los dos protagonistas principales de aquella boda de El Escorial en 2002, donde estuvieron tantos personajes hoy encarcelados o procesados.
En un país árabe habrían comprendido ese acto de entrega desinteresada de la hija casta y pura a un novio ya "bastante corridito", como dice nuestra fuente, al que los Aznar metieron desde el primer momento en casa. Sin desconfiar jamás de que alguien tan listo, hábil y experimentado pudiera no ser la pareja ideal para una mujer que era casi una niña.
Pero es que Agag era un partidazo. Y había que casar a la niña como si fuera la tercera infanta en el famoso bodorrio. Pero no solo para presumir, sino también por motivos prácticos. De aquella boda salieron muchos contactos. Alejandro Agag es hijo del banquero belga de origen argelino Youssef Tarik Agag Deval, uno de los dirigentes del Banque Natinales de d'Algerie.
Alejandro no es musulmán, sino católico, como su madre, Soledad Longo Álvarez de Sotomayor, que fue miembro del Comité Ejecutivo del Partido Popular de Majadahonda, el lugar de origen de la trama Gürtel. Su hijo Alejandro, que de pequeño estudió en el Colegio Retamar del Opus Dei, sin contaminarse demasiado de los vicios y virtudes de esta prelatura de la Iglesia Católica, siempre se mostró como un muchacho con una inteligencia muy por encima de lo normal.
Por eso las declaraciones que esta hace días hacía alabando el régimen de Arabia Saudí, en plena crisis internacional tras el asesinato del periodista Jamal Ahmad Khashoggi no son una metedura de pata. Están cuidadosamente calculadas.
Alejandro podía haberse alegado problemas personales para no volver a Madrid. Otro incluso se habría dado un martillazo en una rodilla para alegar una baja, al estilo del Rey Emérito este verano. Pero las lealtades se demuestran en los momentos difíciles. Y Alejandro, conocido como el gran conseguidor, debe mucho al príncipe heredero Mohamed Bin Salman y al país donde le tratan a cuerpo de visir. Alejandro tenía que hablar durante el denominado Davos del desierto, el Future Investment Iniciative. Allí, sin que se le moviera una pestaña, tuvo el cuajo de decir esto: "Este país está protagonizando una revolución fantástica". Ni una mención a que se trata de una dictadura teocrática, una monarquía absoluta y desde luego uno de los países más machistas del Universo, donde una mujer no puede viajar sin permiso de su marido. Uno de los países que más condenas ha recibido de Human Rights y de Amnistía Internacional. Y donde, como recuerda Almudena Grandes en su columna Escándalo, "mujeres homosexuales, adúlteras, solteras con actividad sexual o insumisas a los designios de su familia" mueren a pedradas. "A ellos los entierran hasta la cintura, a ellas, hasta el cuello, y luego los lapidan hasta la muerte". Las piedras no deben ser demasiado grandes, para no matar al condenado de golpe, pero tampoco pequeñas, porqueno harían el daño requerido.
Pero eso no importa. Agag tiene mucho que agradecer al régimen Saudí. Es un estómago muy agradecido. Agag es fundador y director de ejecutivo de la Fórmula E, el campeonato de coches eléctricos por el que apostó en 2012 desembolsando 18 millones de euros. Y es en Arabia Saudí donde Agag, que aprendió de Bernie Ecclestone y de su íntimo Flavio Briatore, ha instalado allí la sede de la Fórmula E. "Es un enorme placer para mí que ésta sea ahora la casa de Fórmula E, el torno internacional de carreras de coches eléctricos, gracias a la visión de su alteza", dijo entre atronadores aplausos. Peloteo en toda regla.
No es de extrañar que Aznar entregase a su niña tan pronto, sin pedir siquiera que le dieran a cambio un rebaño de 200 camellos como hacen en los países árabes. Desde el primer momento supo que el muchacho de los ricitos, a quien conoció cuando formaba parte de las Nuevas Generaciones del Partido Popular, y a quien nombró su ayudante, era un buen partido. Con él, su hija nunca iba a pasar hambre. Probablemente sin él tampoco.
Aparte de listo, Agag es valiente, demasiado tal vez. La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, según publico Manuel Cerdán en OK diario, lo investigaba en el marco de la conocida operación Erial, que llevó a la cárcel a Eduardo Zaplana. Agag, con residencia fiscal en Londres, mantenía un trato estrechísimo con el político valenciano. Es lo malo de mantener conversaciones telefónicas con personas que tienen los móviles intervenidos. Agag ya fue investigado por Baltasar Garzón hace 10 años en el seno de la trama Gürtel.

Baltasar Garzón le tenía ganas, pero no consiguió implicarle. Y es que Alejandro, ex eurodiputado y todo un animal político, no debe tanto a su suegro como pudiera parecer, es más bien al revés. Tiene en común con el Rey Emérito el hecho de saber tratar con los árabes. Y además, como declaraba James Allen, periodista del Financial Times, a Vanity Fair al crear la fórmula E, tras el dieselgate de Volkswagen, "todos los fabricantes de automóviles están invirtiendo fuerte en los vehículos eléctricos".
Y un dato: Alejandro Agag siempre fue un modelo para Pablo Casado, once años más joven que el yerno de Aznar. Pablo Casado, de la quinta de Ana Aznar Botella, se fijó mucho en sus inicios políticos en Agag, según nos desliza un insider. Él, como Alejandro, también organizó simposios en las Universidades, también se casó joven, se afilió a las Nuevas Generaciones del PP, hizo relaciones y una buena boda. El problema es que no supo escapar a tiempo de un partido que le devora como una planta carnívora. Agag sí supo.