Puede que los otros Rivera hayan dejado plantado a su hermano Kiko en el bautizo de su segunda hija para ver la final de Copa o por no juntarse con alguien tan hortera. ¿Qué otra razón puede haber llevado a Fran y Cayetano a perderse la ceremonia que ha tenido lugar en la Parroquia de Santiago, en la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta? Ni su madre estuvo en la iglesia. Menos mal que al menos fue al banquete.

Kiko Rivera está mejor que nunca a sus 34 años, mucho más delgado, con medio estómago menos, y su mujer Irene Rosales puede presumir de haber hecho carrera del hijo de la Pantoja. Aun así, Kiko sigue siendo el presidente del club de los famosos sin estilo ni glamour ni clase. Este sábado han bautizado a su segunda hija. La celebración en torno a la pequeña Carlota (que nació el 30 de enero) ha sido el escaparte perfecto para probar que, en efecto, después de haber perdido decenas de kilos, Paquirrín no estará nunca en la lista que fabrica Vanity Fair de los más elegantes, aunque ahora le quepan los trajes.
Su imagen en la pequeña localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta atronaba entre las paredes de la Parroquia de Santiago. La elegancia no depende de la línea: podría decirse que la talla de Kiko ahora es perfecta después de quitarse una parte de su estómago. Pero eso no basta.

Kiko es hortera no porque sea calvo (ahí están Guardiola o Luis Tosar), ni tampoco por ser hermano de Chabelita, cosa que tampoco le favorece, ni por ser aquel niño que la Pantoja sacaba vestido de echarse a llorar al escenario, ni por la música que hace, que convierte El Chiringuito de Gerogie Dann en un nocturno de Chopin. No: Paquirrín es hortera porque lo lleva dentro.
Kiko solamente cuenta con una baza para contrarrestar ese defecto que le perseguirá hasta el final de sus días: su mujer, Irene Rosales, la única que hasta ahora ha sido capaz al menos de disfrazar el antiestilo sudoroso del padre de sus hijos. Irene (27) no es Eva González (37), ni siquiera es tan fashion como su otra cuñada, Lourdes Montes (34). Por cierto, que ellas tampoco han acudido a la iglesia sevillana para celebrar el bautizo de su sobrina. Pero Irene es el camino, la vía que le queda a Kiko para disimular al menos un poco ese halo de persona hortera que tal vez le viene de su familia materna.
Es una pena que la estampa de la familia en torno al bautizo no se haya producido, con los Rivera juntos, como tampoco ocurrió hace dos años en el de Ana, la primera hija de Kiko e Irene. Con los hermanos juntos se nota mucho más quién es el hortera total. En aquella ocasión Kiko estaba mucho más gordo, pero no más hortera y desclasado que ahora. No hay más que ver el traje que vestía, con esa elegancia pretendida pero no encontrada, sin pudor, con chaleco en color marrón claro, una camisa azul y una corbata a juego, pero más oscura, con topos. Pero sobre todo está ese detalle imposible que confirma el tema de este post: los zapatos sin calcetines en la iglesia, en el bautizo de su hija.
La pobre Irene y su total white no han compensado semejante estropicio estilístico. Su traje de chaqueta en el mismo color y sus zapatos naranja flúor estaban bien pero junto a su marido el conjunto cojea sin remedio.
Para rematar el punto antichic que persigue al apellido Pantoja estaban las mujeres del clan: la prima Anabel con un traje rojo anaranjado y camisa negra lencera, y Chabelita, que ha aparecido con su hijo, embutida en un conjunto de falda estampada con flores y una camiseta negra escotada. Un amigo íntimo de Kiko y la hermana de Irene Rosales completaban el elenco. La sonada ausencia de Isabel Pantoja, la abuela de la criatura, en la parroquia sevillana de Santiago de Castilleja de la Cuesta, ya está alimentando artículos incisivos sobre los porqués de ese feo a su propio hijo, a su nuera y a su nieta. Carlota Rivera Rosales recibía el primer sacramento acompañada por sus orgullosos padres pero la tonadillera no ha acudido a esta celebración religiosa, como ya ocurrió con el bautizo de Ana, la primera hija del matrimonio. Tras celebrar el sacramento, toda la familia se ha trasladado hasta Sevilla, al restaurante El Traga, para comer y brindar por la pequeña Carlota Rivera. Al menos no han salido con bolsas del Burger King, como hicieron en el hotel Palace de Madrid la noche en que su madre cantó en Aranjuez tras salir de la cárcel. Sí que se ha dignado ir al banquete la Pantoja, la abuela, donde ha sido perseguida por los medios. Allí estaban también Raquel Bollo y otros invitados. Probablemente, y como viene siendo habitual en esta familia, que vive más de las revistas y las exclusivas que de la música, de cantar y bailar, veremos otro retrato de familia el miércoles que viene, patrocinado por alguna conocida cabecera. O tal vez no.

