Hubert de Givenchy tenía 91 años y todavía ilusiones por cumplir. El modisto francés murió el sábado en París plácidamente, sin haber superado el fuerte resfriado que padecía desde dos días antes en su "chateau" de la región de L'Eure et Loire, donde pasaba largas temporadas con su pareja de toda la vida, Philippe Venet, también un notable y famoso diseñador.
Venet había sido su sastre y Givenchy lo incorporó a su taller para hacer la línea masculina, aunque más tarde Venet creó su propia marca pero sin separarse nunca del que fue su gran amor y que le correspondió totalmente entregado.

El próximo 16 de abril, Givenchy pensaba viajar a Marrakech con Philippe y su amiga española Sonsoles Díez de Rivera. El avión privado ya estaba contratado y las suites de La Mamounia, reservadas.
Lo cuenta Sonsoles con una gran tristeza, ella era quien le había animado a que no podía perderse visitar el museo de Yves Saint Laurent en Marrakech, inaugurado el pasado octubre.

Hija de Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, una de las mujeres más elegantes de España, Sonsoles conoció a Givenchy en la casa de Cristóbal Balenciaga en Igueldo cuando tenía 17 años. Se lo presentó su madre, una de las mejores clientas del modisto guipuzcoano, instalado ya en París como uno de los grandes maestros de la moda.
Hubert de Givenchy, aristócrata y descendiente de una gran familia experta en el mundo del arte, había estudiado Bellas Artes y después de declinar la propuesta de su padre de convertirse en Notario, se decantó por dedicarse a la moda siguiendo la estela iniciada por su admirado Balenciaga de fundir sobriedad y sofisticación. "Un vestido debe hacer más bella a una mujer, no disfrazarla", coincidían uno y otro.

Aunque Givenchy nunca llegó a trabajar con Balenciaga, siempre estuvo cerca de él, era su amigo, su maestro, le admiraba y sentía adoración por su personalidad y su trabajo. "Balenciaga era la arquitectura, el genio, la belleza en estado puro. Me lo enseñó todo", aseguraba Givenchy, que se sentía heredero de esa elegancia sin ostentación, de su fantasía discreta, del buen gusto y la sencillez confortable que impregnaba cada conjunto de Balenciaga y que Givenchy recreó no sólo en sus colecciones de alta costura. También tuvo la genialidad de hacer un pret à porter de lujo, más urbano, más sencillo, más asequible y no por eso menos exclusivo.
A la muerte de Balenciaga, Sonsoles Llanzol y sus hijas Sonsoles y Carmen Díaz de Rivera (nacida de su relación clandestina con el cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer), se vistieron con Givenchy que también era ya un amigo entrañable de la familia.

El modisto y Sonsoles fueron los grandes animadores de la creación del museo Balenciaga en Guetaria, un edificio situado debajo de la mansión de los padres de Fabiola de Mora y Aragón, la familia que hizo posible que Balenciaga se hiciera profesional. Su madre trabajaba con los padres de la futura reina de Bélgica y el joven Cristóbal cosía con ella.
Givenchy estuvo en la inauguración del museo en junio de 2011, a la que también asistieron la reina doña Sofía, Jaime de Marichalar, muy amigo de Givenchy y la entonces ministra de Cultura, Angeles González Sinde.

Sonsoles Díaz de Rivera viajó a París este martes para estar cerca de Philippe Venet, el gran amor de Givenchy, aunque el funeral será estrictamente privado, "pero no quería dejar de darle una abrazo", comenta a Informalia. "Siempre que estaba con ellos en París, me alojaba en el piso que tenía Hubert para los invitados situado encima del suyo. Hace poco me dijo, 'te vas a quedar sin piso, estoy preparando mis cosas para dejarlas a quien corresponde'".
Además de enormemente rico, Hubert de Givenchy era un formidable coleccionista de obras de arte, adquiridas con el criterio de gran conocedor y hombre de gusto exquisito. Su colección de obras de su amigo Giacometti fue subastada en Christie's, la casa de subastas de la que fue presidente de honor.
Cuando creó su "maison" en 1.952, el éxito fue inmediato pero quien le dio el impulso internacional fue una visita inesperada. Un día le anunciaron que iba a visitar el taller, la señora Hepburn, la famosa actriz de Hollywood. Givenchy estaba encantado de recibir a Katharine Hepburn, a la que admiraba mucho. Pero quien entró en el taller era una joven flacucha, con pantalones cortos, una simple blusa y calzada con unas bailarinas. Era Audrey Hepburn y la imagen le produjo cierto rechazo.

Pero poco después ella le cautivó con su encanto fresco, su belleza, naturalidad y su estilo y se hicieron amigos entrañables para toda la vida.

Audrey incluso impuso que fuera Givenchy quien la vistiera para todas sus películas. Y así lució "la petite robe noire" en Desayuno con diamantes y el espléndido estilo Givenchy en todas las demás, desde Sabrina a Charada o Dos en la carretera.

El tándem fue perfecto, habían nacido el uno para el otro. Audrey aseguró con mucho humor: "Estoy tan ligada a Givenchy como los americanos a su siquiatra".
Vestir a Audrey Hepburn le abrió la puerta a Givenchy de la alta sociedad de Estados Unidos y el mundo de Hollywood. Jacqueline Kennedy, Grace Kelly, la duquesa de Windsor Liz Taylor, Lauren Bacall, Diana Ross, Michelle Morgan y hasta Brigitte Bardot vestían sus exquisitos diseños, en las antípodas de lo que hoy lucen Kim Kardasian y seres semejantes.

En 1988, el grupo LVMH, propiedad del magnate Bernard Arnault, le ofreció una fortuna por comprar su firma, que representaba no sólo ropa. Sus complementos, perfumes y hasta decoración tenían un enorme éxito. Givenchy aceptó porque la oferta del marido de Salma Hayek incluía que se quedaba como director creativo. Pero pronto sintió que le trataban como un simple empleado: "Fue ninguneado y maltratado, estaba muy dolido" cuenta Sonsoles Díaz de Rivera.
Decepcionado y cansado de la experiencia de trabajar en esas condiciones, decidió abandonar la moda. Y en su último desfile en julio de 1995, le acompañan y aplauden Yves Saint Laurent, Christian Lacroix, Kenzo, Paco Rabanne, Valentino y Scherrer.

Arnault eligió como sucesor al frente de la maison Givenchy al joven John Galiano. Le siguieron después Alexander MacQueen, Julian Mac Donald, Ricardo Tisci… Ninguno fue del agrado de Givenchy, que tenía otra idea del la elegancia y el lujo.