La cantante se alojó en una de la suites más caras del hotel Villa Magna, en el Paseo de la Castellana. Llegó el sábado, como una auténtica estrella, en medio de una comitiva, rodeada por su equipo y con una cantidad de equipaje inconcebible para estar apenas una horas en la capital de España. Y no pasó desapercibida.
Consiguió que la Gran Vía se convirtiera esa tarde en la meca para los fundamentalistas de su religión, el Rihannismo. Pero decepcionó. Pasó fugazmente por Madrid y recibió críticas. Con dos horas de retraso respecto del horario fijado, la de Barbados apenas posó cinco minutos en el photocall instalado en la plaza de Callao. "Nunca es un mal momento para estar en este país", dijo la cantante. "Me encanta venir de gira, de vacaciones. España es uno de los mercados más entusiastas", añadió. Apenas dos o tres frases y además se negó a hacerse selfies con casi todas sus fans. Presentar su nueva línea de cosméticos, verdadero motivo de su viaje, una línea impagable para la mayoría de los mortales: una paleta de sombras de ojos cuesta casi 70 euros y una barra de maquillaje 52 euros.
En el interior de la fiesta, un fuerte dispositivo de seguridad impidió en todo momento acercarse a nadie y los cientos de afortunados elegidos que accedieron tuvieron que conformarse con verla a una cierta distancia. Adriana Abenia, con un escote que no pasó desapercibido ni siquiera para Rihanna, fue de las pocas personas que consiguió hacerse un selfie con ella para después presumir.
Pero si la esperada visita de la cantante resultó fugaz e insípida para quienes se habían hecho la ilusión de fotografiarse o interactuar en persona con su idolatrada artista, para Rihanna resultó productiva porque se llevó un caché de 200.000, afirma Jaleos, el portal de crónica social de El Español.

