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La mirada conmovedora y nostálgica de Clara Simón en 'Alcarràs', que ganó el Oso de Oro en Berlín

Hay veces que las miradas de los actores, aparte de humanizar la trama, son más eficaces que miles de efectos especiales. Lo mismo sucede con el pueblo y el entorno donde se desarrolla Alcarràs. Carla Simón, con una sencillez muy trabajada, provoca la empatía del espectador. Todo a partir de un título que respira naturalismo sobre un tiempo mejor de hombres y mujeres que cultivan y son cultivados por la tierra. La cinta ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín.

Hay matices en Alcarràs, con todas las diferencias que ustedes prefieran, que recuerdan a una obra maestra de la literatura: El mundo de ayer, de Stefan Zweig. Si el escritor escribía un libro impregnado de nostalgia sobre la Europa que vivió ante de las dos guerras mundiales, Simón, a una escala geográfica más pequeña, también reivindica una forma de vivir que se está desmoronando ante nuestros ojos sin que nadie haga nada por evitarlo.

En ese sentido, estamos ante un filme reivindicativo, rodado con situaciones, personajes y diálogos, en los que no existe el trazo grueso para enfatizar esa situación.

El argumento de Alcarràs es tan sentido como vivido. Un anciano ha dejado de hablar. No se sabe por qué, aunque se intuye que es su forma de mostrar su muerte civil mientras su familia se reúne como cada verano en un pueblo de Cataluña para continuar una tradición que han mamado desde que eran niños.

Propietarios de una gran terreno de melocotoneros, los Solé llevan 80 años cultivando y mimando la misma tierra, pero esta será la última cosecha. Están a punto de perder la granja y, con ella, las tradiciones que les han acompañado toda su existencia.

Con serenidad, sin subrayados innecesarios que profanarían la historia, el espectador se encuentra ante un drama coral que conmueve por su realismo y naturalismo, como antes decíamos. Simón tiene el buen gusto de, a pesar de contar con un buen puñado de actores, darles su sitio propio, ya que todos tienen su propia entidad.

La directora domina el tono de una película: un drama nostálgico que parte de un guión lleno que respira autenticidad y también una cadencia que se agradece. Nada es prescindible. La cámara se rebela ante esa opción y se mueve por la granja y alrededor de los personajes de una forma ligera, pero sin perder detalle.

Algunos dirán que es una película pequeñita, incluso humilde, pero en su humildad está su grandeza.

Simón hace honor a los recuerdos de su infancia y a la impotencia de un mundo que pasa por encima de nosotros.

Esta forma de rodar ya se plasmó en Verano, 1933 (2017) por la que ganó el Goya a la Mejor Dirección Novel. Es otra película, pero es una constante en el cine de Simón: la vuelta a la infancia, sin edulcorarla. 

Con Alcarràs se ha convertido en la primera mujer española en ganar un Oso de Oro en el Festival de Berlín.

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