Pedro Sánchez dice por boca de su ministro de Exteriores que el paso dado con Marruecos es para proteger a los españoles, especialmente a canarios, melillenses, cuitíes y a los andaluces y garantizar su seguridad "en los tiempos que corren".
También se ha dicho, tras avalar España el plan de autonomía para el Sáhara Occidental, que es el "peaje" necesario para retomar las dañadas relaciones políticas y diplomáticas entre ambos países. Todo indica que el presidente ha tomado la decisión de sacrificar el Sáhara para convertir a España en el principal proveedor de gas de la Unión Europea. Eso sí, el gesto de Sánchez cediendo ante Marruecos sobre el Sáhara le enfrenta no solo al ala morada del Ejecutivo de coalición sino a Argelia, país al que esperan "calmar" comprándole tanto gas como sea capaz de vendernos. Pero sin duda el gran triunfador de este pacto es un sátrapa al que todos conocen ya pero que es tan impresentable como necesario: Mohamed VI.
La antigua colonia española del Sáhara Occidental fue ocupada por su padre, Hassan II, rey de Marruecos en 1975, pese a la resistencia del Frente Polisario, con quien se mantuvo en guerra hasta 1991, cuando ambas partes firmaron un alto el fuego con vistas a la celebración de un referéndum de autodeterminación, pero las diferencias sobre la elaboración del censo y la inclusión o no de los colonos marroquíes ha impedido hasta el momento su convocatoria.
Tenemos que llevarnos bien
España se ve obligada a llevarse bien con Marruecos y el monarca alauita exigía que nuestro país aceptara su plan de autonomía para el Sáhara como condición para poner fin a la crisis bilateral. Ahora, tras la carta que el presidente Pedro Sánchez envió este viernes al rey Mohamed VI, nuestro vecino del otro lado del Estrecho da por terminada la crisis diplomática con España. El Ejecutivo socialista dice que esta solución es "la base más seria, realista y creíble para la resolución del diferendo".
Con ello, se salvan las complicadas relaciones diplomáticas, dañadas desde diciembre de 2020, cuando Marruecos no quiso recibir al gobierno español por no secundar el decreto presidencial de Donald Trump, que reconocía la soberanía marroquí sobre todo el territorio saharaui. En abril de 2021, al acoger España al secretario general del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Zaragoza por razones humanitarias, Marruecos retiró a su embajadora en Madrid, Karima Benyaich.
Pero lo conveniente se impone sobre lo justo y la delicadísima situación geopolítica, la crisis energética, la migración, con la gestión del paso del Estrecho y las fronteras de Ceuta y Melilla o los acuerdos de Pesca nos recuerdan la importancia de llevarse bien con este individuo, aunque no nos guste.
Un sátrapa que nos conviene
El pueblo marroquí de momento aguanta los abusos e injusticia del este rey, más rico que la monarca británica. Y a EEUU, España y a toda Europa nos conviene tener a este sujeto porque lo que puede llegar detrás del él sería muy arriesgado asumirlo.
Todo el mundo sabe que la complicada geopolítica de la zona sostiene al rey de Marruecos porque España, Europa y EEUU necesitan al personaje como bloque de contención de un estado mucho más peligroso que el que ahora rige al sur de Algeciras, a pesar de su déficit democrático.

Eso nos obliga a soportar sus impresentables credenciales, porque, con todo, es el menos malo de los aliados de Occidente en el mundo árabe. Pero una chispa puede bastar para que Rabat se vea invadido de protestas.

Hace 20 años, en las elecciones de 2002, los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), cobraron fuerza. En mayo de 2003, Casablanca, sufrió un atentado terrorista en lugares relacionados con occidentales y judíos, y se produjo la muerte de 33 personas y más de 100 heridos, en su mayoría marroquíes.
De acuerdo con la Constitución de Marruecos (2011), el país es una monarquía constitucional, con un parlamento electo, de dos cámaras, pero el rey mantiene amplios poderes ejecutivos, con la posibilidad de disolver el Gobierno y el Parlamento y dirigir las fuerzas militares. Mohamed VI ya no es oficialmente una persona sagrada, es obligatorio mostrarle respeto y una reverencia que bordea la adoración.
¿Por qué España y el mundo entero están pendientes de la salud de Mohamed VI de Marruecos?
Cuando en el verano de 2020, el rey de Marruecos Mohamed VI fue operado del corazón "con un completo éxito" en la clínica del Palacio Real de Rabat, según un comunicado emitido por su equipo médico. Los políticos españoles, europeos y de medio mundo, estaban muy pendientes del resultado de la intervención.
El primogénito del monarca, Moulay Hassan, solo tiene 18 años y, aunque ya ejerce en actos institucionales, se necesita aún un tiempo para contar con él como sucesor y garante de la continuidad de la saga. La histórica amistad entre Hassan II y Juan Carlos I hizo que su hijo y sucesor, el actual jefe de Estado, se considere casi un hijo para el hoy rey Emérito. Y las buenas relaciones entre Felipe VI y Mohamed, a pesar de los conflictos con nuestros vecinos, quedaron demostradas con el viaje del rey español y doña Letizia en febrero de 2019 tras muchos aplazamientos.
La intervención practicada al monarca alauita se debió a que había sufrido una recaída en la arritmia que padece al menos desde 2018, y consistió en una "ablación complementaria por radiofrecuencia" que logró "una restauración del ritmo cardíaco normal", según la nota oficial.
La histórica amistad entre la dinastía alauí y los Borbones ha sido y es una de las ventajas diplomáticas de España pero el rey de Marruecos es para muchos un personaje siniestro, un jefe de un Estado alejado de lo que sería una perfecta monarquía democrática, con trazas de monarquía teocrática. Sin duda, en Zarzuela se conoce y se aplaude el acuerdo comunicado este viernes.
Pero es que la estabilidad política de nuestros vecinos del otro lado del Estrecho de Gibraltar es prioritaria no solo para España y Francia sino para toda Europa y por tanto para el equilibrio geopolítico mundial, empezando por Estados Unidos, país aliado que también sostiene al estrafalario soberano a pesar de la evidencia de que es un personaje raro, excéntrico a más no poder, con muchas sombras en sus cuestiones familiares y tan rico que pocos dudan de su capacidad para rentabilizar el trono de un país en el que muchos de sus habitantes viven al límite de la pobreza, donde los derechos de las mujeres son mejorables, donde la corrupción aflora a diario y donde la libertad de prensa cuenta con limitaciones inasumibles al otro lado del Estrecho.
Pero la historia nos enseña que cualquier situación es susceptible de empeorar, y lo último que quiere Europa es tener en su sótano africano un radical, amigo del Estado Islámico y repleto de terroristas. Esa situación, además de la importancia económica de Marruecos, confiere desde hace décadas a la dinastía alauita un blindaje y una permisividad de sus aliados occidentales muy importante. El equilibrio entre los gestos de apertura democrática a cuentagotas de Mohamed VI y las tragaderas de Europa, por la cuenta que nos trae, sostiene, con el hijo de Hassan II al frente, un verdadero muro de protección contra movimientos que en otros estados musulmanes han costado muy caros.
Rico, riquísimo
Mohamed VI nunca ha escondido su ostentoso modo de vida ni su deseo de parecer un rey moderno, alejado de los convencionalismos. En más de una ocasión ha sido noticia por sus opulentos caprichos, su forma de vestir e incluso por su fallido matrimonio con la princesa Lalla Salma, que estuvo literalmente desaparecida después de que rompieran, todo ello impregnado entre el misterio y la sordidez de un Estado nada transparente y que rodea, no lo olvidemos, a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
Es hijo de Hassan II y desde que subió al trono hace ya más de 22 años su fortuna no hace nada más que crecer. Según la revista Forbes, posee una cantidad que se aproxima a los 6.000 millones de dólares, lo que lo ha convertido en uno de los monarcas más ricos del mundo, el quinto hombre más rico del continente Africano y, por supuesto, el hombre con más dinero de Marruecos.
Mohamed VI cuenta también con otro tipo de patrimonio: los palacios, símbolo de la magnitud de las fortunas monárquicas desde hace años, y tiene bajo su nombre y dominio un total de doce. El más grande, Dar-al-Mahkzen, se ubica en la capital Rabat y se erige como si de una ciudad propia se tratase. Está diseñado de tal forma que dentro de él se encuentran todas las necesidades de la familia: cementerio, centro médico, matadero, caballerizas, piscinas, pistas de tenis o golf e incluso un bosque.

A esto se suma su colección de más de 600 vehículos. Todo ello en un país en donde, a pesar de su crecimiento económico en la última década, la población sigue sometida a la pobreza, el machismo y un bajo nivel educativo.
Su vida privada tampoco está exenta de escándalo. Su fallido matrimonio con la princesa Lalla Salma llegó a levantar todo tipo rumores. La llegada a la corte de Salma marcó un antes y un después en las rígidas costumbres de palacio. De hecho, se convirtió en la primera esposa de un soberano marroquí a la que se le ha otorgado un título real y a la que presentó sin velo en la cara. Otro detalle que impresionó a los marroquíes fue la decisión del rey de disolver el harén real, un símbolo histórico para el país. Todas las concubinas de su padre, el fallecido Hassan II, tuvieron que abandonar el palacio y fueron realojadas en pisos y apartamentos, con pensión vitalicia incluida.

Lalla Salma estuvo 'desaparecida' hasta que casi dos años después de su ruptura fue vista en Portofino, Italia, y después en Nueva York junto a sus dos hijos: el heredero al trono Moulay Hassan y Lalla Khadija. El paradero de la princesa pelirroja fue un misterio durante 15 meses, desde el 12 de diciembre de 2017. Ahora sabemos que Salma vive en la residencia de Dar es Salam, en la periferia de Rabat, donde estuvo siempre alojada desde que se casó con Mohamed VI. Además, hace unos meses dijeron que el rey Mohamed VI y su clan le dieron una fortuna para vivir espléndidamente, en el ostracismo más absoluto, eso sí, y sin poder hablar sobre su relación con el monarca.
