Los que disfrutamos desde hace años siguiendo por televisión hasta el amanecer desde este lado del Atlántico la ceremonia de los Oscar no podemos evitar recordarla cuando llegan nuestros Goya. Y así ha ocurrido incluso este año en el que parece que el cine español estará muy presente en Hollywood gracias a las cuatro nominaciones, incluidas las de Mejor Actriz y Actor.
Además de Penélope Cruz, Javier Bardem, Alberto Iglesias y Alberto Mielgo, los cuatro españoles que optan a la estatuilla (y posaron juntos en Valencia), hay muchos otros artistas, directores y cineastas españoles que cuentan con talento y nivel más que suficientes como para recoger la estatuilla en la soleada California, y desde luego para llenar un show televisivo (eso debería ser la gala para la inmensa mayoría, que no está presente en el recinto) de emoción, poesía, hermosas imágenes, música, baile acción, interacción, evocación y ritmo; ingredientes que, sumados a un gran número de celebrities, rodeadas de arte, moda y belleza, podrían conformar un glorioso programa de televisión. Pero no fue así. Y todo indica que TVE renuncia a hacer televisión para limitarse a poner cámaras que recojan lo que pasa.

Es cierto que no podemos comparar el presupuesto, los patrocinios, y el poderío económico de la gala norteamericana con nuestra ceremonia. Pero durante estas 36 galas se ha demostrado en ocasiones que es posible hacer buenos programas con la Gala de los Goya.
En los Goya de este sábado, solo José Sacristán, Blanca Portillo, y para algunos el presidente Mariano Barroso o Cate Blanchett, primer Goya Internacional, tuvieron un discurso con profundidad, literatura y emoción.

Las dedicatorias a familiares cercanos, a parientes fallecidos y al pueblo donde nacieron siguen siendo la tónica reiterativa y soporífera de casi todas las intervenciones. Como excepción, el mensaje de cariño enviado en directo a sus hijos, tanto por parte de Bardem como de Penélope, fue una excepción, por simpático y espontáneo.
A Televisión Española le cuesta encontrar presentadores brillantes para sus galas. En los Goya han encontrado en Elena Sánchez o Rafael Muñoz, por ejemplo, el paradigma de los tópicos de medio pelo, tirando a insolentes.
Para estos dos sólo es concebible, permitido y correcto, que una actriz vaya vestida a los Goya con moda española. Y se lo repiten a cada unas de las invitadas que entrevistan, dando lecciones de un españolismo que raya la caspa. Como si moda y patria fueran sinónimos. Y así elogiaban el (discutible) modelo de Paula Echevarría, vestida por un cordobés, pero que se ha puesto el nombre artístico de Andrew Pocrid (¿para no parecer español?).

La teoría paleta de que hay que vestir obligatoriamente ,oda española la desmontan las elegantísimas Bárbara Lennie, con vestido de Gucci, Ángela Molina, espléndida a sus 66 años, de Dior, el atrevido pero muy original Paco León, también de Gucci, la evolucionada belleza de Belén Cuesta, de Carolina Herrera, la exquisita Juana Acosta, con un bellísimo Oscar de la Renta, o la mismísima Penélope Cruz, fiel a su contrato como imagen de Chanel, esta vez un vestido de bailarina blanco-malva, con diminutos apliques de colores.




No acaba ahí la lista de personajes teóricamente despreciados por los embajadores de TVE por no obedecer a la absurda norma de vestir obligatoriamente moda española, a riesgo de sufrir un reproche: Marta Nieto fue magnífica con su Gianbattista Valli, Verónica Echegui no acertó, pero escogió a Dior, Nawja Nimri brilló con Givenchy, y Almudena Amor, la aspirante a actriz revelación en El buen patrón, con un impactante Givenchy lila de transparencias.

¿Son todas ellas una malas españolas por vestirse de los diseños que mejor le sientan a las mujeres de todo el mundo? ¿Serían más patriotas si lucieran un Ágatha Ruiz de la Prada, o un modelo flamenco del último desfile de Raquel Bollo?

Inma Cuesta, por ejemplo, se decantó por moda española y la pifió. Su Pedro del Hierro negro con escote raro y manga larga no le quedaba bien. Al contrario, Aitana Sánchez-Gijón, con otra firma española, un vestido exclusivo de Roberto Diz y escote palabra de honor y sandalias de Aquazzura, estaba muy bien.





A Cate Blanchett, la gran estrella de la noche, seguramente le perdonan el impactante Armani de alta costura, de cuello halter y cristales en tiras por el escote, y a lo largo a lo largo de todo el cuerpo, que la convirtió en la más elegante de la noche. La actriz australiana de 52 años fue el único triunfo de Pedro Almodóvar, que con sus Madres paralelas se fue con las manos vacías, aunque con la esperanza de los dos Oscar que puede llevarse la cinta.

El manchego se consoló presumiendo de que ya está ensayando con Blanchett su próximo trabajo, primero en inglés, Manuel para señoras de la limpieza, la película que rodarán en 2023, cuando ella acabe la serie que empieza ahora con Alfonso Cuarón. El manchego estaba contento cuando subió junto con Penélope al escenario, sin gafas de sol ni mascarilla, para homenajear a la actriz de El callejón de las almas perdidas. Pero después, cuando se fueron conociendo los ganadores, trasmitía la desilusión del perdedor (él no está acostumbrado a perder) a pesar de que a esas alturas ya había tapado gran parte de su rostro con con los cristales oscuros y la protección bucal.
Mejorable trabajo televisivo
Con tantos y tan buenos muñecos en el bombo, Televisión Española podía haber cocinado una gran noche de cine y televisión. Pero se ve que la cadena pública, en plena crisis de audiencia e identidad, ha perdido por completo la vocación de entretener a sus espectadores.
Prueba de ello es que este sábado en la gala de los Goya renunció a poner presentadores pero sobre todo renunció al espectáculo televisivo, limitándose a emitir sin más la sucesión de entrega de premios de la Academia de Cine y colocó donde iban cayendo los números musicales, que salvaron los muebles con momentos como Leyva acompañando a Joaquín Sabina que nos regaló en su 72 cumpleaños su reaparición en un escenario, aunque fuera sentado al principio, tras sus problemas de salud.

Mientras, inexplicablemente, el actual presentador emblemático de La 1, Boris Izaguirre, estaba entrevistando a Tita Cervera en laSexta. La cadena pública ha tirado la toalla de competir o al menos de tratar de evitar que algún espectador sobreviviera. Y si alguno lo hizo fue por los artistas, y a pesar del envoltorio televisivo diseñado por La 1.

La cadena pública desperdició la gran oportunidad de contar con Penélope Cruz y su marido, más románticos que nunca, nominados a los Goya y entregados porque ya están en campaña de promoción de su deseado Oscar, con la majestuosa Cate Blanchett, explicando que Buñuel cambió su vida, o con el narrador Carlos del Amor haciendo entrevistas a candidatos y a candidatas. Incluso contaron los de TVE con un esperanzador comienzo con Bebe y Cristina Castaño versionando Libre del valenciano Nino Bravo.
Pero el rosario rutinario de entrega de premios, los interminables discursos coñazo de los premiados y el invariable orden cartesiano de la gala dormían al más cinéfilo de los espectadores.
Con todo respeto para el presidente Barroso, y sobre todo para Pilar Bardem, Almudena Grandes, Verónica Forqué y otros que se han ido para siempre y fueron recordados ayer mientras cantaba Luz Casal en gallego, los guiones de los encargados de entregar los galardones, aun contando con ingeniosas actrices, elegantes actores y la emoción de conocer al ganador o ganadora, fueron sobrios en el mejor de los casos por no decir tediosos, grises, tristes o poco ambiciosos. La de este sábado puede que no fuera la peor de la historia de los Goya pero sin duda ha sido la gala más aburrida, excepto para el elenco de El Buen Patrón, probablemente.

El Gobierno, eso sí, tuvo a bien bendecir con la presencia de tres destacados miembros la industria cinematográfica. Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Miquel Iceta al menos se ganaron el sueldo manteniéndose despiertos.

Pobre Pepe Sacristán. Hizo un gran discurso, puro arte, lo mejor de la velada. Pero su gran noche, en la que recogió su más que merecido Goya de Honor, fue el peor homenaje al cine, porque el cine ha de ser la antítesis del aburrimiento, de la incapacidad para transmitir emociones, de la ineficacia a la hora de contar una historia, aunque sea la historia de unos premios.
Lástima que Berlanga no viva para parodiar con su arte una pifia como ésta de la gala peñazo en el año de su centenario y en su querida Valencia. Nos queda imaginarle haciendo chistes y sarcasmos. Tomo prestada una de sus frases para acabar. "Y ni fueron felices, ni comieron perdices porque allí donde haya ministros un final feliz es imposible" (La escopeta nacional).

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