Varias revistas del corazón recogen este miércoles en sus páginas la anunciada ruptura de Isabel Sartorius y César Alierta, anunciada hace días por Informalia. Después de tres años de unos sentimientos que iban más allá de la amistad, ya no mantienen esa relación en el que parecía el último romance entre la ex novia de Felipe de Borbón y el ex presidente de Telefónica. Pero no deja de ser curioso que unos novios que acaban de dejar de serlo se vean todas las semanas.
No hay noviazgo aunque permanece una especial amistad. Sorprendente amistad. Un día por semana, Isabel, de 56 años, y César Alierta, de 75, se ven para comer, acompañados siempre por una amiga de ella, casi siempre en Los Remos, un restaurante a las afueras de Madrid, próximo a la urbanización de La Florida donde vive el que hiciera de Telefónica una de las grandes empresas de comunicación del mundo.
Tiempo después de la muerte de su esposa, en abril de 2015, viudo y sin hijos, Alierta encontró en Isabel, a la que conoció en un viaje a Nigeria, compañía, complicidad y muchas cosas en común. Ella había sido cooperante en causas humanitarias, y Alierta posee una enorme fortuna y está volcado en proyectos filantrópicos y culturales. La Fundación Telefónica, que preside, está dedicada a proyectos solidarios en Africa, entre otros. Justo la dedicación en la que Isabel podía dar mucho de sí, por sus conocimientos, sus cuatro idiomas, su agenda y sus ganas de ser útil.
La fundación le propuso trabajo y ella aceptó encantada. Pero a medida que se estrechaba el trato personal entre el presidente de la entidad y Sartorius, y sobre todo desde que se hizo público que iban juntos a conciertos, que cenaban a solas y que esa intimidad podía desembocar en algo más, los sobrinos de César Alierta, es decir su familia más cercana, sintieron que Sartorius, como personaje mediático, con historia detrás, desentonaba con la habitual discreción de su tío, al que tampoco se le veía cómodo cuando las cámaras le descubrían junto a Isabel.
Entonces ella dejó el trabajo en el que teóricamente dependía de su amigo especial, dejó su piso de siempre en la calle Almagro, para trasladarse a otro mucho mejor en la aristocrática Fortuny que, según algunas publicaciones, estaba pagado por César Alierta, y todo indicaba que la relación, siendo entonces menos visible, era el preludio de un matrimonio.

Pero la pandemia les separó. Ella se fue a la finca extremeña de su madrastra la princesa Nora de Liechtenstein, viuda de Vicente Sartorius, y siempre el gran apoyo económico de Isabel, y Alierta se quedó junto a los hijos de sus hermanos, pendientes de la salud y la imagen de su tío.
Hasta que un infarto, el segundo, sufrido el pasado mes de julio, tuvo al empresario al borde la muerte sometido a un coma inducido para mantener sus constantes vitales, a la espera de una mejoría.
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Fernando Ballvé
Isabel ya vivió algo parecido durante su romance con Fernando Ballvé, dueño de Campofrío, que enfermó de un cáncer de piel y Sartorius hizo de buena samaritana con su novio, tanto en Nueva York, donde él se trataba de su dolencia, como en Sotogrande, donde pasaban sus vacaciones. Un noviazgo mal visto también por la familia Ballvé y que acabó en los tribunales, cuando los hijos que tuvo Ballvé con su esposa Sandra Macaya le reclamaron a Sartorius el préstamo que le hiciera su padre a Isabel para financiar una línea de bolsos, otro de sus proyectos fallidos. La muerte del magnate de las pizzas amortiguó el escándalo la historia, pero dejó un mal sabor de boca en las respectivas familias.
En cuanto a su presencia junto a César Alierta mientras estaba hospitalizado, ocurrió algo semejante. Isabel se volcó con el empresario pero su presencia en la clínica estaba fuera de lugar para los familiares del enfermo. Una vez recuperado, y aunque ha vuelto a ejercer sus funciones como presidente de la Fundación, continuar con Isabel Sartorius ya no tenía sentido, ni era prudente por razones médicas, empresariales y sociales. Isabel Sartorius y César Alierta han roto, como adelantó en exclusiva Informalia hace unos días. Pero su relación, su extraña relación, sigue.
Ella intenta encontrar un nuevo trabajo y hace un máster on line para perfeccionar sus conocimientos. Está sola, su hija Mencía Fitz-James Stuart quiere volver a Estados Unidos, donde ha cursado estudios universitarios. Isabel empieza de nuevo. Es la eterna historia de una mujer guapa, inteligente, de muy buena familia, que siempre ve su destino frustrado. Pudo ser reina de España, pero ni quiso, ni la hubieran dejado.