Mohamed bin Salman, el príncipe heredero? de Arabia Saudita, se ha forjado un legado muy controvertido, marcado por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul o por la persecución a los miembros de la familia real saudí ante cualquier atisbo de disidencia. Sus asuntos más escabrosos y polémicos se relatan en el libro que repasa su historia, Sangre y petróleo: la implacable búsqueda de Mohammed Bin Salman del poder global.
En dicha obra se habla de un monumental fiestón de una semana que tuvo lugar en julio de 2015. El hijo del actual monarca Salman, que llevaba tan solo unos meses como número dos en la línea sucesoria, celebró un resort de lujo ubicado en Velaa Private Island, una isla privada de Las Maldivas.

En la fiesta no faltaron las mujeres. Según cuentan en el libro los periodistas Bradley Hope y Justin Scheck a través de testimonios de los testigos de aquella juerga, unas 150 mujeres procedentes de Brasil o Rusia desembarcaron en la isla horas antes de la fiesta. Una vez allí, fueron trasladadas a una clínica y sometidas a una prueba para detectar posibles enfermedades de transmisión sexual.
Para que nada pudiera ser filtrado, el príncipe heredero saudí alquiló al completo la propiedad y dio 5.000 dólares a la plantilla del resort, unas 300 personas, para que mantuvieran la discreción y cumplieran con la orden de no llevar los teléfonos móviles a la isla.

El heredero y sus invitados, unas decenas de hombres procedentes de Oriente Medio, disfrutaron de largas noches en las que corría el alcohol a mares, amenizadas por figuras internacionales de la música como el rapero Pitbull; el DJ Afrojack o el surcoreano Psy, creador del Gangnam Style. Cuando caía el alba, se retiraban a sus aposentos y no regresaban hasta la tarde.
La juerga duró una semana porque, a pesar de las cautelas que tomaron, el escándalo salió a la luz y empezó a correr como la pólvora en Irán, enemigo de Arabia Saudí. Ahí terminó esta loca bacanal.