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Ana Soria se pasa al minibañador y Enrique Ponce se arrima: retratamos su tarde triunfal en la playa

Enrique Ponce Ana Soria se regalaron el uno al otro una tarde romántica junto al mar, a solas, sin amigos ni amigas. Fue el miércoles pasado, y eligieron una playa agradable, aunque no tan mitificada como las de Monsul o Los Genoveses. En La Fabriquilla tuvieron el privilegio de empaparse del agua más bonita de Almería, como una esmeralda disuelta por ese Sol que cae allí, ofreciendo a los afortunados visitantes un espectáculo que embriagó a la pareja del verano.

La playa almeriense de La Fabriquilla es extensa y muere apoyada en los acantilados volcánicos de Cabo de Gata. Vulnerable a los vientos de poniente, es un refugio ideal del levante. Sin duda, una buena elección de Ana Soria, aventajada cicerone, como buena conocedora de su tierra almeriense. 

Allí se llevó la estudiante a Enrique Ponce aquella plácida tarde. Llegaron sobre las cuatro, sin sombrilla, con alguna bolsa y una toalla rosa que apenas usaron, porque se rebozaron en la arena. Se tumbaron muy juntos, cercanos, pegados, hablaron por teléfono y ella recogió en un story para su Instagram una vista del Mediterráneo, que estaba calmado, como posando para que el torero y su novia le sacaran fotos. Nosotros les sacamos ésta a ellos: apenas se le ve a Ponce, porque está pegadito, pegadito, parapetado tras su querida Ana, que apenas levanta la cabeza para ver su móvil.

Ana Soria, cuando no se está retratando a sí misma para enseñar al mundo su belleza, su felicidad y su amor por el diestro valenciano, está aún más guapa. Ella tal vez no lo sepa, pero a veces ser espontánea y natural es el mejor filtro. Por eso, cuando no se sabía observada, se bañaba en el mar y se rebozaba en arena como una croqueta encantada. Ponce tampoco le hacía feos a la arena. 

En la escena que podemos publicar vemos a la futura abogada, de 22 años recién cumplidos, boca abajo, con un bikini negro en la parte de arriba y blanco en la de abajo, con volantitos, algo más escueto que los que ha exhibido hasta ahora. A su vera, tumbado de costado, mirando a su chica, arrimándose, pasó Enrique Ponce buena parte de esa tarde sin toros, pero triunfal, memorable.

¿Y qué hicieron?

El término arrimarse, aplicado a un matador de la talla de Enrique Ponce, tiene un sentido mucho más profundo. Pero no hablamos en esta ocasión de estar cerca del toro. La suya fue una faena valiente: cargó con paciencia, echando mano de su bien aprendida técnica y sin olvidar las formas más toreras. Ana Soria estuvo cabeceante (porque quería ver el móvil cada poco rato), con medias arrancadas. Nosotros queremos desde aquí ovacionar a estos tortolitos por una tarde maravillosa, aunque tuvimos que irnos y dejarles allí, por lo que ignoramos cómo acabó la cita. En todo caso, nosotros pedimos para ellos las dos orejas y el rabo.

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Comentarios 4

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TENDIDO DE SOL
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LAS DOS OREJAS Y EL RABO SOBRE LA ARENA DEL COSO LA FABRIQILLA

Puntuación 5
#1
T
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madre mia que cosa mas ridícula de hombre

Puntuación 7
#2
YASTEL
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ESTO VA A DURAR MENOS QUE UN PEDO EN LA MANO SOPLAO.

Puntuación 6
#3
Usuario validado en elEconomista.es
Ender
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Cuánta envidia leo aquí por los comentarios.

Puntuación 1
#4