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Lola Flores sigue viva e irrepetible 25 años después de su muerte: la historia, fotos y vídeos de La Faraona que hay que recordar

Ha pasado un cuarto de siglo de su muerte y el recuerdo de Lola Flores no solo sigue presente en la memoria colectiva sino que representa el icono de una época y la matriarca de una saga vigente y muy querida: sus nietas Alba Flores (Vis a Vis, La Casa de Papel) o Elena Furiase (El Internado) garantizan la continuidad de una gran dinastía cuyo testigo ya habían tomado Lolita, Rosario y desaparecido Antonio Flores, padre de Alba, que también se fue hace 25 años.

La Faraona es mucho más aún hoy que uno de los símbolos indiscutibles del folclore nacional. La famosa definición de The New York Times nos viene al pelo para sostener su condición de irrepetible cuando en el año 1979 publicitaba una nota sobre la actuación que la jerezana iba a dar en el Madison Square Garden con una frase que se convertiría en su mejor carta de presentación: "No canta ni baila, pero no se la pierdan".

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Así fue hasta su despedida de los escenarios, durante las Fallas de aquel funesto 1995, cuando cumplió su contrato en un escenario instalado en la plaza de la Catedral valenciana, a cambio de tres millones de pesetas. Le quedaban tan sólo dos meses de vida.

Inolvidable documento el que nos queda:aquella aparición televisiva en el programa ¡Ay, Lola, Lolita, Lola!, a comienzos de ese año. El vigor y el azogue de sus cantes y bailes no entendían de enfermedades ni cansancio y no daba la impresión de estar sentenciada a muerte con apenas 72 años.

Se negó a ir a Houston para ser tratada; tampoco consintió someterse a una intervención quirúrgica para que le extirparan su pecho izquierdo. El cáncer la devoró pero ella, creyente a su manera, comentaba que si llevaba más de veinte años soportando sus males aún era pronto para que Dios se la llevara de este mundo.

Pero en la primavera de 1995 empezó a perder batallas y ánimo. El Pescaílla, Antonio González, su marido, no se separaba de ella en aquellas últimas semanas. En El Lerele, la casa familia, en el Soto de la Moraleja, a las afueras de Madrid, vivía el matrimonio junto a la tata  Carmen Mateo, que era como de la familia.

Lolita, que apenas tenía entonces 36 años, vivía ya por su cuenta, lo mismo que Rosario, con apenas 30. Era Antonio el que permanecía en la casa, aunque estaba instalado en su cabaña, en el jardín del chalé. El Lerele le costó a Lola 80 millones de pesetas de la época, unos 500.000 euros.

No pudo pagarlo al contado y hubo de recurrir a una hipoteca. Se había visto obligada a deshacerse de su piso de tantos años, en la calle de María de Molina, casi en el cruce del paseo de la Castellana, por el que percibió 60 millones, cantidad que sumada a la de otra venta –un terreno en la Cuesta de las Perdices- le permitió hacer frente a sus deudas con Hacienda, que se elevaban a 145 millones de pesetas.

En el mes de abril de 1995 Lola Flores sentía que se le iba la vida. Y ya en cama, sin poder levantarse, llamó a Antonio, su marido. Lo abrazó, lo besó, muy emocionada. A él se le caían las lágrimas. Y ella le dijo esto, entre sollozos: "Quiero pedirte perdón por si te he hecho daño", a lo que Antonio, contrito, le respondió: "No tengo nada que perdonarte". Lo contó años después su hija Lolita, quien estuvo presente durante esa emotiva escena, conteniendo el llanto todo lo que pudo.

Atrás quedaban discusiones, broncas a veces en público y sobre todo la probada infidelidad, puesto que ella no ocultaba su relación desde hacía años con un bailaor apodado El Junco, al que veía en Sevilla, donde lo había ayudado a adquirir una casa y al que brindaba su amor y sus regalos.

Lola Flores se moría

Tuvo que renunciar al último episodio del programa ¡Ay, Lola, Lolita, Lola! porque ya estaba desahuciada por los médicos pero ella aún albergaba esperanzas. Guillermo Furiase, marido de Lolita, y padre de la hoy actriz Elena Furiase, que ejercía de representante, dijo a la prensa que su suegra no estaba en las últimas.

Pero a Lola Flores se le caía el pelo a mechones . Coqueta como siempre, disimulaba con sus pelucas el desaguisado capilar consecuencia de la enfermedad que quería llevársela. Pero llegó un momento en el que Lola fue consciente de que se iba. Hace ahora 25 años, a principios de mayo, dejó de comer casi  por completo. Tenía el cuerpo llagado, se quejaba de picores, y había que extraerle líquido de la pleura tres veces por semana porque se ahogaba. Quisieron hospitalizarla pero Lolita no quiso ver agonizar a su madre en un hospital.

En la madrugada del 15 al 16 de mayo de 1995, Lolita escuchó a su madre, entre los estertores, esta frase que nunca podrá olvidar: "¡No te queda nada…!". Se dirigía a su primogénita para adelantarle los sufrimientos que la vida le traería en adelante. Cuando avisaron al servicio de urgencias, pasadas las cuatro y media de la madrugada, la sirvienta Carmen Mateo la sostenía en brazos y notó cómo dejó de respirar.

Jerezana, genio y fugura

Lola Flores nació el 21 de enero de 1923 en Jerez de la Frontera, Cádiz, en el seno de una familia modesta. La llamaron La Faraona, la Lola de España. Temperamental como ninguna, con rostro racial y mirada penetrante, la folclórica que dejó huella en los libros de historia, la de la célebre cita. Porque, a pesar de que hace ya 25 años que el cáncer venció a la mujer de duende innato inundando de pena, penita, pena a sus fans, Lola Flores sigue viva a través del mito que se labró a base de trabajo y de ese carácter que la llevó a hacer siempre lo que le dio la gana.

Lola Flores era la mayor de tres hermanos, aprendió baile con María Pantoja y flamenco con Sebastián Núñez. Con apenas diez años, ya cantaba por los bares de su barrio junto a su padre. Y con 16, debutó sobre las tablas en la compañía de Custodia Romero, en Jerez de la Frontera. Dejó pronto su ciudad natal para viajar a Madrid. Allí le llegó el éxito más rotundo y dejó huella con su temperamento y personalidad.

Lola reconocía que no era la mejor en nada. Pero antes de que España conociera a esa Lola, hubo otra. Una niña, puro espectáculo, que sí cantaba y también bailaba encima de la barra del bar de su padre.

Lola Flores, que presumía de haber aprendido a caminar bailando, empezó a conquistar al público cuando solo contaba con 16 años, edad en la que se dejó caer en el teatro Villamarta de Jerez para intentar encontrar un hueco en el espectáculo Luces de España. Al frente de la función estaba Manolo Caracol, que cayó hechizado por el duende de la que años después se convertiría en su perdición. Le concedió su primer trabajo y algo más. Caracol, casado y con hijos, se embarcó en una aventura tormentosa con La Faraona. Se recorrieron juntos todos los escenarios de España, un viaje en el que les acompañaron las interminables borracheras y alguna que otra paliza.

Pero fue en 1939, con una España hundida en la posguerra, cuando Lola Flores comenzó a escribir su propio mito. El director Fernando Mignoni le ofreció su primer papel en la película Martingala y La Faraona se embarcó a Madrid para, durante los 56 años siguientes, ganarse la inmortalidad. Seguramente lo que más aportó a este empeño fue su temperamento, y también su personalidad, padres ambos de la prolífica prosa de la Lola de España. Fuente inagotable de frases y anécdotas, Lola Flores sobrevive en el recuerdo de aquellos que aún a día de hoy rememoran su desencuentro con Hacienda o la multitudinaria boda de su hija Lolita y su canto desesperado a la muchedumbre: «Si me queréis, irse». «Si una peseta me diera cada español...», solicitaba una lacrimógena Lola Flores que, pañuelo en mano, definía su nueva situación con otra de sus célebres citas: «Ya no soy Lola de España, soy Lola de Hacienda».

La inquieta, alegre y caprichosa Lola Flores despuntó y se convirtió en una estrella de talla internacional. A sus pies se rindió el mismísimo Gary Cooper al que dejó embobado con su tronío, y cuentan que el magnate Aristóteles Onassis intentó conquistarla al igual que había hecho con el mundo entero, con un fajo de billetes. No pudo con La Faraona: "No necesito el dinero de ningún hombre por muy Onassis que sea". Era cierto, no lo necesitaba. Y tampoco lo ansiaba. Si de algo pecó Lola Flores fue de tener la mano demasiado abierta.

Más de una noche llenó camiones enteros de juguetes para repartirlos en los barrios más pobres de la capital. Y lo que la hacía más auténtica era que lo hacía lejos de las cámaras y sin que nadie se enterara. En sus paseos, era común ver a la Lola de España abrir el bolso y agraciar a cualquier mendigo que se cruzara con nada más y nada menos que 5.000 pesetas de la época. A su mesa sentaba cada día a un puñado de gente. Conocidos y anónimos. Lola Flores, todo corazón, bromeaba diciendo que todos los días se celebraba su cumpleaños.

Fue tan grande, que a Lola Flores le surgieron imitadoras en todas y cada una de sus facetas. Porque en eso de cambiarse la edad, La Faraona fue quien sentó precedente. Sus años fueron secreto casi de Estado, generando un sinfín de mitos en todo el territorio. La Lola de España tuvo que defender con todas las artimañas que pudo -y en más de una ocasión- su edad. Y llegó hasta el final. En el año 1974 reunió a todos los periodistas que pudo en una rueda de prensa con un único fin: mostrar su pasaporte a fin de demostrar esa juventud de la que tanta gala hacía.

Antonio, 15 días después

A pesar de su apego a las tradiciones y a la familia, Lola Flores sigue siendo recordada como la más liberal de las folclóricas. Ella misma confesó con mucha ironía que "Virgen solo ha habido una y es la Virgen María". Tras una vida saciada de amantes, al menos así presumían las revistas de papel cuché de la época que la relacionaron con jugadores de fútbol, magnates y actores de talla internacional, La Faraona cayó rendida ante los encantos de Antonio González, El Pescaílla, cantante y guitarrista que se convertiría en su sombra y el amor de su vida. Un amor incondicional que después tendría que compartir con los tres hijos que la pareja tuvo en común. Lolita, Rosario y Antonio fueron la razón de ser de la folclórica. Hay quien dice que en alguna ocasión hasta llegó a comprarle droga a su hijo, que apareció muerto tan solo quince días después de que su madre dejara al mundo de la copla de luto.

La especial relación y la sobreprotección que también tuvo con sus hijas ha parido toda clase de leyendas urbanas que resisten a día de hoy. Dicen las malas lenguas que sobre Isabel Pantoja pesa una maldición con nombre y apellidos: Lola Flores. Y es que cuando Paquirri dejó su relación con la mayor del clan Flores para correr a las faldas de la Pantoja, La Faraona sentenció: "Ojalá que llores por todos y cada uno de los hombres que ames". El tiempo ha escrito el resto.

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No me sueltes de tu mano Siempre en mi corazón Mamá de mi Alma ??????????

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