La hija mayor de Miguel Boyer había tirado la toalla hace mucho tiempo. En los dos últimos años, cuando fue diagnosticada de un linfoma de Hodgkin y supo de la gravedad de su dolencia, dijo que ella no iba a querer luchar más allá de lo tolerable. Y tras la muerte de su padre se dio cuenta de que era mejor renunciar a la herencia que podría corresponderle que emprender una batalla dolorosa contra su propio hermano, Miguel, el otro hijo del ex ministro y la doctora Elena Arnedo. Y mucho menos reclamar los posibles bienes que le habrían correspondido a su hermana paterna Ana, la hija nacida del matrimonio de su padre con Isabel Preysler.
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Laura era consciente de que el patrimonio de su padre se había utilizado para los cuidados de Boyer cuando padeció el ictus que le dejó prácticamente impedido y necesitó una asistencia permanente y muy costosa hasta su muerte.

Laura prefirió renunciar a su herencia que pelear por lo imposible. Con Isabel Preysler apenas tenía relación en los últimos años de la vida de su padre, la consideraba responsable de verle poco y de que fuera complicado estar con él en la vivienda que compartía con Isabel.
En su último testamento, el ex ministro de Economía de Felipe González dejaba su patrimonio a sus tres hijos por igual y la parte de la mejora la adjudicaba a su esposa Isabel.
Poco había que repartir. Tres coches de buena marca y con unos años encima para su hijo Miguel y algunos de los 6.000 volúmenes de su biblioteca. El resto serían para una fundación creada a su nombre, de la que hoy día por cierto no tenemos noticia. Esos libros solo los hemos visto después del fallecimiento de Boyer, en su biblioteca, con Mario Vargas Llosa posando sentado ante los estantes.

El bien más valioso del patrimonio de Miguel Boyer es una escultura de Mariano Benlliure que representa a su tatarabuela y que debía haberle correspondido a Laura. También había un cuadro de Fernando Álvarez de Sotomayor, retrato de la madre de Miguel, adjudicado a Isabel Preysler.
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A Laura Boyer le habría gustado tener esas dos obras de arte pero el albacea y los abogados no se lo pusieron fácil. Con su hermana Ana apenas se trataba y cuando lo hizo a la hora de hablar de la herencia tampoco hubo entendimiento. Así que Laura tiró la toalla y eligió la discreción y el silencio. Descanse en Paz.