La ruptura de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa ha relanzado a la socialité como influencer publicitaria. En los últimos años, la filipina y el peruano eran ya una pareja estable, sin altibajos y previsible. Hasta tal punto, que las firmas importantes preferían adornar su imagen con sus hijas Tamara Falcó y Ana Boyer.

Con la muerte de Isabel II de Inglaterra, la novia del escritor perdía también su baza más internacional, ya que Porcelanosa no volverá a ser invitada al palacio de Buckhingham. El rey Carlos III no puede de ninguna manera relacionarse con firmas publicitarias ni recibir donaciones de marcas, aunque el destino de las donaciones sean las fundaciones que puso en marcha cuando era Príncipe de Gales, un puesto que ahora ocupa su hijo Guillermo, totalmente desligado, por cierto, de la firma valenciana de cerámicas.
Pero Isabel Preysler, que en un mes cumple 72 inviernos, vuelve a la actualidad como objeto de deseo de periodistas y alfombras rojas. Al margen de algunas frases que ha repartido, su primera entrevista cuando hable del fin de su romance con el Nobel será la exclusiva mejor pagada de 2023. Y a continuación le lloverán ofertas para inaugurar una tienda, un hotel de cinco estrellas, un crucero de lujo, o lo que quiera.
El final de su historia con el autor de Pantaleón y las visitadoras ha sido totalmente inesperado, aunque no debe haber sorprendido tanto a la gente que conoció y vivió en la sociedad española de los años 80 y 90. Un tiempo políticamente apasionante, con una España que asimilaba la modernidad y la Democracia sobre las cenizas de la UCD y la llegada al gobierno de Felipe González.

Y al mismo tiempo, dentro de esa clase política, teóricamente progresista, había una élite denominada la beautiful people, en la que reinaban personajes como Isabel Preysler. Para situarla en aquel entonces recordaremos que, en el golpe de Tejero, Isabel acababa de cumplir 30 años, hacía casi cuatro que se había divorciado de Julio Iglesias y llevaba ya uno casada con Carlos Falcó. Tamara Falcó nació nueve meses después del 23-F de 1981, exactamente, el 20 de noviembre de 1981.

La socialité filipina, íntima por entonces de Carmen Martínez Bordiú, pasa, de divorciarse de Julio Iglesias, un artista cercano, como ella misma hasta entonces, a la familia Franco y al régimen del dictador, a enamorar a Carlos Falcó, marqués de Griñón, aristócrata liberal y monárquico, con el que se consagra como la reina de la crónica social. De la nueva crónica social.

Poco después de nacer Tamara, Isabel Preysler conoce a Miguel Boyer, ministro de Economía del gobierno socialista, en un pintoresco foro político de la época: los almuerzos que organizaba la periodista peruana Mona Jiménez, cuyo único plato eran lentejas, aunque lo importante eran los asistentes: todo el mundo de la política, las finanzas, el periodismo y la sociedad. El flechazo entre Boyer y la marquesa de Griñón fue inmediato, al menos por parte de Boyer. Eran los tiempos de la cultura del pelotazo. Felipe González había cambiado la pana por los trajes elegantes, los banqueros perdieron el miedo al socialismo, y enriquecerse dejó de ser un pecado para algunos progresistas. El socialismo se dividió entre guerristas y felipistas, y Boyer veraneaba en Marbella con Presyler y Gunilla von Bismark, bronceado y vestido de lino y sedas.

"Se bebió mi whisky, se fumó mis puros y se llevó a mi mujer"
Gracias a Isabel, el ministro más poderoso de Felipe González y su esposa, la doctora Elena Arnedo, empezaron a frecuentar a los marqueses de Griñón los fines de de semana en su finca de Malpica. Años después, abandonado por Isabel, que finalmente dejó al aristócrata por Boyer, Carlos Falcó comentaría con amargura en la revista Tiempo: "(Boyer) se bebió mi whisky, se fumó mis puros y se llevó a mi mujer", sentenció el padre de Tamara.

Antes de la boda en 1988 de Isabel con el ya ex ministro, contratado como ejecutivo estrella en grandes empresas, Isabel había sido reportera de la revista Hola y uno de sus personajes fue, en 1986, Mario Vargas Llosa, al que conoció cuando le entrevistó en una Universidad de Estados Unidos. Parece que hubo buen entendimiento, simpatía, atracción mutua y eso propició más tarde una estrecha amistad entre el matrimonio Boyer y el escritor peruano y su esposa Patricia Llosa.
Pero ésta última, acostumbrada a las supuestas infidelidades de su marido, recelaba de la buena sintonía entre Preysler y el futuro premio Nobel y así lo comentaba, muy molesta, con personas cercanas. No fue la única en sospechar que el aclamado autor peruano y la esposa de Miguel Boyer podrían tener una relación estrecha, incluso con citas secretas y discretas en Marbella, donde ambas familias pasaban el verano. Los comentarios en los salones madrileños subieron de tono hasta el punto de que se dijo que el ingreso de Miguel Boyer, una noche en una clínica de la capital, había sido un intento de suicidio por la supuesta infidelidad de su esposa. Pronto se demostró la falsedad de la noticia y dejó de asociarse al literato con la señora de Boyer. Hasta que, en 2015, un viaje de Porcelanosa para una cena de gala con el príncipe de Gales volvió a reunir públicamente al que ya era premio Nobel con la viuda de Miguel Boyer, fallecido seis meses antes.

Aquella estancia en Londres fue la chispa que prendió la llama de su reencuentro. Pocas semanas después, Isabel visitaba la suite del escritor, alojado en el hotel Eurobuilding de Madrid. Alguien les reconoció en el ascensor y les hizo una foto caminando de la mano por la acera del hotel. Los siete años restantes de la historia son bien conocidos. Mario Vargas Llosa dijo públicamente en una gala: "Quiero agradecerle a Isabel, a su compañía, a su presencia, esos años maravillosos que me ha hecho pasar a su lado y que han renovado en mí muchísimo esa vocación que creo que es la mejor cosa que me ha pasado en la vida". El final no ha sido tan feliz, pero siempre les quedará un romance que ha hecho historia.
