Famosos

Linchemos a Pablo Motos con dinero público y subvencionemos el Sálvame de Jorge Javier Vázquez

No es noticia la indignante incoherencia de Irene Montero, la titular del Ministerio de Igualdad que, en la práctica, no trata por igual a las personas. Al menos a los presentadores de televisión.

El millón largo de euros de dinero público que se ha gastado la ministra en una campaña para promover el linchamiento de Pablo Motos sería para muchos españoles y españolas malversación, no sé si con ánimo de lucro o de venganza. La interminable lista de necesidades que nos quedan por cubrir en la lucha a favor de la igualdad de las mujeres bastaría para demostrar que Irene Montero es un desastre a la hora de establecer prioridades, dada la evidente limitación presupuestaria que debería obligarla a ser más eficaz y menos ruin.

Puede que el pecado de Pablo Motos sea opinar contra, por ejemplo, las escandalosas consecuencias de la revisión de penas que conlleva la aplicación de la conocida como 'Ley del solo sí es sí', impulsada por la ministra de Igualdad, Irene Montero, cuya arrogancia le impide admitir su chapuza. Pero aún peor que su manejo de fondos públicos o su arrogancia está la incoherencia. 

Porque Irene Montero arremete con el dinero de todos contra un presentador como Pablo Motos por unas supuestas actitudes machistas, sacadas de contexto, pero, a la vez, tanto ella como varias compañeras suyas como Ione Belarra besan por donde pisa otro presentador como Jorge Javier Vázquez, capaz de hacer cosas como la que aquí recuperamos, porque mejor verlo que describirlo.

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Como recordó Pablo Motos en su propio programa, Elsa Pataky acudió al espacio para presentar una campaña de ropa interior. No estoy de acuerdo ni en desacuerdo con todo lo que dice, hace, comenta u opina Pablo Motos pero yo, que soy adicto a la duda, no tengo ninguna de que el valenciano es a sus 57 años, y desde hace mucho, una leyenda viva de la televisión, tal vez Jorge Javier Vázquez también lo sea. Pero que Pablo Motos sea la diana a la que lanzan sus dardos desde una institución como el Ministerio de Igualdad y Jorge Javier sea el faro que guía a las ministras de este Gobierno hacia la lucha contra el machismo es como poco un disparate que pone de manifiesto con quién nos gastamos los cuartos. 

Uno de los principales comunicadores de la historia

Pablo Motos, en sus miles de horas ante el público habrá tenido días mejores y peores, como Jesús Hermida, Ana Rosa Quintana, Encarna Sánchez, María Teresa Campos, Julia Otero, Iñaki Gabilondo, José María García, Mercedes Milá, Ángels Barceló, Carlos Herrera, Luis del Olmo, Javier Sardá o Pepe Navarro, entre otros. Todos ellos, y algunos más en tiempos anteriores, con sus luces y sombras, son seres humanos pero con el don divino de ser amados por el micro o la cámara, en radio o en pantalla, ante audiencias fabulosas durante espacios prolongados de tiempo.

Mis primeros recuerdos de Motos están ligados a Julia Otero, cuando el chaval de Requena aportaba a la catalana nacida en Galicia su frescura, osadía e inmensa creatividad. También la clarividencia para hallar el humor inteligente y eficaz en aquella radio de Julia estratosférica y joven, hace 15 ó 20 años. Pero cuando me acabé de encelar con Pablo Motos fue en M80, de 7 a 10 de la mañana. Bajo el añorado título de No somos nadie llenó el hueco dejado por Gomaespuma. Duró Motos un lustro y capitaneó un matinal extraordinario, con aquel Quique San Francisco inimitable, y un equipo repleto de talento. Lo eché en falta aunque seguí enganchado cuando tomó las riendas otra locutora infravalorada, Calia Montalbán, cuya simpatía natural nunca ha sido suficientemente ponderada.

Aquel No somos nadie es para mi el germen de El Hormiguero. Por Motos, por Trancas y Barrancas, por una parte importante del núcleo de su equipo, por el colosal trabajo que llevaba implícito, con medios muy limitados, por el tono, por la osadía, el buen rollo, por la intuición e inteligencia de sus guiones y por la libertad que supuraban aquellos micrófonos. La libertad.

No hace falta ser un experto para comprender la diferencia interestelar entre un matinal de radio como aquel y un pedazo de producción como El Hormiguero. La diferencia es incluso más grande aún que la distancia recorrida por aquel disc-jockey que se hizo por méritos propios con la silla de director de la Radio de Requena hasta llegar a ser un productor de éxito, multimillonario y una de las celebridades patrias. Su motivación, su ambición, su versatilidad (locutor, músico, guionista…) y su valentía llevaron a Motos a colocarle a Paolo Vasile en Cuatro un Hormiguero semanal, que pasó a emitirse cinco días a la semana un año después (de lunes a jueves y una edición los sábados).

Puede que una de las decisiones más discutibles del italiano que ahora deja Mediaset después de dos décadas sea haber dejado marchar a Motos, que se llevó El Hormiguero a Antena 3. Al antropólogo romano y a Massimo Musolino, su director financiero (que seguirá en la filial española de los Berlusconi), no les salieron las cuentas y tenían razón en que el formato es caro. Otra cosa es que con el tiempo fuera rentable, tabique esencial de una parrilla que desde hace más de un año ocupa lo más alto del podio de audiencias, relegando a Telecinco al segundo puesto y abriendo una brecha que no deja de crecer, situación que coincide con el cambio de Ceo en la cotizada de Fuencarral. También es verdad que el tabique de la cadena de Vasile ha sido Jorge Javier, que durante una década ha dado a Mediaset mucha audiencia. La cadena de Berlusconi ha ganado más de 3.500 millones de euros sin Pablo Motos, tan cierto como que el valor de la compañía se ha reducido a la mitad durante el reinado de Vasile. Cada uno escogió su estilo pero ahora resulta que el machista es Pablo Motos y Jorge Javier es el oráculo de la igualdad de la mujer, el tótem adorado por las ministras del Gobierno.

Pero volviendo a Motos, que me despisto, quiero poner de relieve el valor de la libertad y del estilo, el respeto y la creatividad. Por encima de la abrumadora cantidad y calidad de los invitados que visitan a las hormigas, de la originalidad del entretenimiento que proporciona, del ritmo vertiginoso que suele imponer, y de otras virtudes como su audiencia o su capacidad para renovarse, por encima incluso del hito que supone sostener en el aire y con buena salud un formato inteligente después de más de tres lustros, está la libertad.

Pablo Motos ha invitado a Pablo Iglesias y a Santiago Abascal o a la Pantoja. A quien le ha parecido oportuno. Probablemente, la mayoría de las veces, rigiéndose por criterios de actualidad, de oportunidad, de audiencia. Sin complejos. Y ha tenido días. En los miles de horas televisados ha acertado mucho, se habrá equivocado, incluso estrepitosamente. Y además, debe ser criticado cuando yerra, porque en su inmensa nómina va incluido que soporte lo que le echen, y que se ponga contento cuando le aplauden. Su fama le da dinero, privilegios y otras prebendas pero conlleva ser criticado.

Jaurías a la yugular

Pero por favor: jaurías lanzadas a la yugular no. Por favor, mandíbulas dispuestas a desangrar al discrepante no. Por favor, que el postureo absurdo y el buenismo radical no nos lleven al pensamiento único, el peor enemigo de la libertad. Sin libertad no hay democracia. Mucho más importante que El Hormiguero y que Pablo Motos es la libertad. Motos: estamos contigo. No te rindas, sé libre. Opina, equivócate, acierta. Elija usted si ver a Jorge Javier Vázquez o a Pablo Motos pero que nadie despilfarre dinero público en clavarle puñales a quien no comulga con la ministra de Igualdad.