De por sí es discreta, pero ahora lo es mucho más por imposición de la hija de su marido. A la japonesa Junco, esposa de Bernardo Pantoja, le tiene prohibido Anabel que hable con los periodistas. Educada y correcta, atiende a nuestra llamada telefónica: "No puedo decir nada, solo que Bernardo va bien, gracias por preguntar. Lo siento, pero no haré declaraciones, espero que me comprenda".
Mientras cruzamos unas frases se oyen los gritos de Bernardo, reclamando la presencia de su mujer. Junco se apresura a colgar, cuando se enfada es mejor no llevarle la contraria. Desde hace semanas se encuentra postrado en la cama por problemas derivados de su diabetes. Apenas recibe visitas, sus hermanos más mediáticos, Isabel y Agustín, le tienen dejado de la mano de Dios. No aparecen por su casa, ni se presentaron en el hospital Virgen del Rocío, donde estuvo ingresado este mismo año durante dos largos meses.
Y Bernardo no entiende que su hija Anabel Pantoja sea una especie de carcelera que impone quién puede o no visitar a su progenitor, pero sus fuerzas flaquean y no tiene ánimo para encarase con ella. Irónicamente, la misma que impide visitas, tan solo ha ido a ver a su padre una vez desde que salió de la isla de Supervivientes, y apenas permaneció una hora allí dentro.
Junco sufre en silencio los agobios, la falta de ayuda, el fuerte carácter de su marido, vale más por lo que calla que por lo poquísimo que cuenta, y en petit comité se queja del abandono de Anabel y los suyos a Bernardo, en su cabeza no entra tal situación, la nipona recuerda la unión de su propia familia, nada que ver con los Pantoja, un núcleo desestructurado y en el que se olvidan los sentimientos. Desencuentros entre hermanos, enfrentamiento madre e hijos, deudas impagadas, problemas con Hacienda, en fin, desastre total. La japonesa, para su desgracia, se siente un cero a la izquierda, aunque en realidad es una esposa coraje que apenca con toda la carga mientras los pateos se cruzan de brazos.