La historia de la música no puede entenderse sin el nombre de Ludwig van Beethoven. Este alemán (Bonn 1770 - Viena 1827) dejó obras tan relevantes como la Sinfonía nº 9 en re menor. Pese a que la última sinfonía que escribió, solo tres años antes de su muerte, hoy día es un himno a la libertad de los pueblos.
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Este virtuoso pianista también tenía una personalidad muy peculiar. Tenía un carácter difícil. Su dura infancia y, sobre todo, la pérdida de la audición, le marcó. No obstante, como todos los humanos, Beethoven también tenía sus manías y supersticiones, tal y como se puede leer en su biografía, una obra de Anton Schindler.
Viena es una de las capitales del café. En diciembre de 2011 la UNESCO incluyó los cafés de la capital de Austria en la lista de patrimonio cultural inmaterial, en la que aparecen descritos como lugares en los que "se consume el tiempo y el espacio, mientras que lo único que aparece en la cuenta es el café". Sin embargo, raramente se vio a Beethoven en uno estos establecimientos.
Diseñó una cafetera de vidrio
Schindler cuenta que como Beethoven entró con 19 años en la orquesta de la corte del Imperio Habsburgo y que, al no tener título nobiliario, tenía que encargarse él mismo de algunas tareas domésticas en los viajes. Si su comida favorita eran los macarrones con queso, llama la atención la forma que tenía de prepararse el café.
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Beethoven era muy meticuloso al elaborarse esta bebida estimulante, pues molía exactamente 60 granos de café, lo que equivale a ocho gramos de café molido. Después, el músico lo hacía en una cafetera de vidrio que él mismo diseñó. Se cree que era lo único que desayunaba. A esta ración de café intenso por la mañana le seguían largas jornadas de composición.