El gran blockbuster que se estrena este fin de semana en salas es en realidad una TV movie o un capítulo extenso de la extraordinaria serie pero resulta entretenida y tiene momentos deliciosos.
Las grandes plataformas de streaming han transformado la industria cinematográfica tal y como la conocíamos. Producen largometrajes que apenas se ven en salas para incorporarlos a la inacabable oferta de series y completar sus catálogos. Netflix, Disney, HBO, Prime o Apple buscan además el reconocimiento de la crítica con títulos como Roma (Alfonso Cuarón, 2018), El Irlandés (Martin Scorsese, 2019), La tragedia de Macbeth (Joel Coen, 2021) o El Poder del Perro (Jane Campion, 2021) son solo algunas muestras.
El camino inverso, que viene de antiguo, es el de las grandes series que se convierten en películas. Tenemos innumerables ejemplos, tan variados como Los Simpson, Misión Imposible o Embrujada, en donde los televisivos nos sacan de casa para llevarnos al cine.
Es el caso de Downton Abbey, la sensacional historia de la familia Crawley, cuyos miembros se cambian para cenar en uno de los los salones de la abadía que da el título y el sentido a la saga. La segunda película, que se estrena este fin de semana, nos sitúa en 1928. La matriarca Violet (la inmensa Maggie Smith) recibe de herencia una villa en La Riviera tras la muerte de un noble francés junto al que pasó una semana cuando era joven. Y buena parte de la troupe viajará hasta allí para conocer la casa, al hijo del fallecido y a su viuda, incómoda porque una de sus propiedades de estos ingleses más estirados que la reina Victoria. Para completar las tramas, los que se quedan en Downton Abbey convivirán con profesionales del cine porque acogen el rodaje de una película muda. Gracias a esta humillación de alquilar la mansión, los Crawley podrán afrontar las carísimas reformas y sostenimiento del casoplón. La productora les paga tanto por la localización como por alquilar al elenco habitaciones privadas de la familia, ante lo cual Violet exclamará que ella preferiría "trabajar en una mina".

Maggie Smith, inmensa
Por tanto, de algún modo esta entrega de la saga de largometrajes de Downton Abbey es una muestra más del cine dentro del cine. No pasará a la historia de obras imprescindibles del Séptimo Arte sobre el Séptimo Arte, como El Crepúsculo de los dioses (Bily Wilder, 1950), Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952), El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963) o La noche americana (François Truffaut, 1973). Pero en el elenco tenemos a una Maggie Smith a la altura de Gloria Swanson, Lana Turner, Jacqueline Bisset o Brigitte Bardot.
Julian Fellowes, creador de la serie y guionista entre otras de Gosford Park (Robert Altman, 2001), parió hace doce años Downton Abbey, cuyos antecedentes estarían en Arriba y abajo, aquella serie de los 70, también muy británica, en la que los Bellamy (Richard y Lady Marjorie) compartían sus vidas con miembros de la servidumbre en su mansión del 165 de Eaton Place, en Londres.
"Queríamos crear un ambiente de gran despedida de lo que significó la serie en televisión y también una especie de declaración de intenciones sobre el final de los años 20", declaró en rueda de prensa el artífice del invento.
La película puede ser una TV Movie o un capítulo algo más largo (y mucho más caro) de la serie, pero resulta entretenida, y nadie podrá decir que no sabía qué iba a ver. A los habituales se han sumado para la ocasión Hugh Dancy, marido de Claire Danes, o Dominic West (The Wire, The Affair), que también estará en la próxima entrega de The Crown para interpretar al príncipe Carlos más guapo que hemos visto.