Con expresión seria y reservada, así aparecía esta semana Carlos García Revenga en un acto cultural en Madrid. El que fuera secretario de las infantas Elena y Cristina durante 20 años salió de su despacho del palacio de la Zarzuela a finales de 2014 por la puerta de atrás y sin el menor agradecimiento monetario o de palabra, por los servicios prestados. Ahora busca trabajo desesperadamente y su situación económica es insostenible.
Fue la primera víctima de la regeneración prometida por Felipe VI, a pesar de haber servido durante dos décadas para rotos y descosidos, para tapar historias poco ejemplares y para aguantar carros y carretas por los efectos colaterales de la agitada vida empresarial y sentimental de Elena y Cristina (incluido un divorcio, empresas fallidas, comprometidos correos electrónicos.

García Revenga, de 57 años, se fue sin indemnización, sin trabajo y con el honor tocado, a pesar de haber sido exonerado por el juez Castro, que le había imputado como tesorero del Instituto Noós (o contable, da igual. Él dice que ni pintaba nada ni se enteraba de los manejos del duque de Palma). El magistrado anuló la imputación y le dejó ir.
El secretario fiel que empezó como profesor de las hijas del rey Juan Carlos en el colegio Santa María del Camino donde estudiaban, podía haber tirado de la manta (¡y lo que allí habría salido!) pero no lo hizo. Sin embargo, en lugar de la resignación o el fatalismo, optó por la primera demanda laboral conocida de la historia contra la Casa Real. Por despido improcedente, por carencia de indemnización.

Mal asunto: la ley y Zarzuela consideran que no fue nunca un empleado público sino un cargo de confianza al que se le contrata como se le despide, sin dar cuentas a nadie (cuando se pierde la confianza). Desde hace un año, García Revenga busca trabajo y se mueve, llama , pero no encuentra nada. Iban a darle un cargo en la Bankia anterior al (enésimo) gran escándalo pero afortunadamente para él la designación se frustró.

Está divorciado, tiene dos hijas y una madre enferma de la que se ocupa muchísimo. Hace pocos días acompañaba a la infanta Elena en un acto público. La amistad sigue, la lealtad intacta, pero la duquesa de Lugo no podría hoy levantar un teléfono para echarle una mano. Ni tiene poder ni convendría que se supiera que ella le había 'enchufado', como se decía antiguamente.
