Radiante aunque algo cansada apareció la novia en la catedral de Barcelona del brazo de su padre, el rey Juan Carlos de Borbón. La infanta Cristina, vestida de Lorenzo Caprile, le daba el "sí quiero" a un apuesto deportista que había dejado a su novia de toda la vida para entrar en Zarzuela y convertirse en duque de Palma.
La madre de Iñaki Urdangarin estaba encantada con el destino de su retoño; el padre, una figura relevante del PNV y presidente de la Caja de Ahorros de Vitoria y Álava, no tanto. Don Juan Carlos y Doña Sofía, tras superar el disgusto de que ambos habían sido desleales a sus respectivas parejas (ella salía con el waterpolista Jesús Rollán) para retozar en plenos Juegos Olímpicos, dieron el visto bueno con condiciones, porque el que iba a convertirse en el segundo yerno real, tras la llegada de Jaime de Marichalar un par de años antes, no le llegaba a su hija a la suela del zapato. Deportista, guapo, de buena familia... pero sin el currículum que debiera aportar el marido de una infanta de España.

Ella, formada en la Universidad Complutense de Madrid (Ciencias Políticas) y en la de Nueva York (un Máster de Relaciones Internacionales) y con cinco idiomas; él había terminado COU y por los pelos. En la web de Casa Real le colocaron una licenciatura en Económicas, inexistente, que tuvieron que sustituir con un confuso "estudios en empresariales" cuando se descubrió que era falsa. Su suegro movió hilos y lo colocó. Él, retirado ya de la vida deportiva, aceptó que el emérito decidiera cuánto ganaba y dónde lo ganaba.

La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin se dieron el "sí, quiero" aquel 4 de octubre de 1997. Lo hicieron ante 1500 invitados venidos de todo el mundo, incluidos 40 representantes de casas reales, impresionados todos por un vestido nupcial de Lorenzo Caprile que entró en la historia de la moda de España: un diseño en seda valenciana color marfil, de corte clásico y manga francesa con un original cuello barco que dejaba al descubierto los hombros de doña Cristina, y una cola de tres metros. La infanta escogió la tiara floral, una joya encargada por Alfonso XII a la firma británica J.P. Collins en 1879 para su prometida, la archiduquesa María Cristina de Habsburgo-Lorena. La combinó con los chatones de diamantes, una de las piezas favoritas de la reina Victoria Eugenia, que forma parte de las joyas de pasar, y se cubrió con un velo bordado, el mismo con el que se había casado la reina María Cristina y que el taller de Caprile restauró minuciosamente.

El banquete tuvo lugar en el palacio de Pedralbes, residencia de los reyes en Barcelona. Más de 500 camareros sirvieron un menú de quinoa real con verduritas y pasta fresca, lomo de lubina con suflé de langostinos y emulsión de aceite, y chocolate, crema inglesa y una tarta nupcial de fresas como colofón. Terminada la fiesta, los flamantes recién casados disfrutaron de una lujosa luna de miel en Nepal y Jordania.
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Dos años después de las fastuosas nupcias, llegó al mundo su hijo Juan Valentín, el primero de la familia numerosa: después llegaron Pablo, Miguel y por último Irene, el ojito derecho de todos ellos, convertidos ahora en el mejor apoyo de una madre devastada por la traición del que pintaba el amor de su vida. El 'príncipe' le salió rana: cárcel, infidelidades, chantajes... Y lo que te rondaré, infanta.

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