Carrozas, coronas y música disimulan en los actos celebrados desde la muerte de Isabel II en la Gran Bretaña que los reyes, herederos o príncipes son en verdad personas de carne y hueso que pecan a diario bajo sus títulos, sus uniformes, su luto, sus medallas y sus joyas. Dos mil invitados, 500 líderes mundiales, representantes de casas reales y millones de británicos en las calles despidieron este lunes a la soberana, cuya muerte marca el fin de una era y el inicio del incierto reinado de Carlos III. Los fastos del entierro han terminado y el nuevo rey sale a la arena ya, sin pompas, sin el ancla moral de su madre, que descansa ya en el castillo de Windsor.
El trabajo del nuevo Monarca empieza hoy, después del paréntesis proporcionado por las exequias. La sensación de solemnidad ha preservado al jefe del Estado de la cruda realidad. Estos días se ha estado representando con la insuperable teatralidad shakespiriana, y con magníficos y milenarios escenarios como decorados, el adiós a una mujer excepcional, pero que ha resultado ser humana, porque se ha ido después de 96 años entre los mortales, a pesar de haber sido, durante casi un siglo, una especie de hija de un dios, lo más parecido a una faraona de las primeras dinastías del Antiguo Egipto que podía ser en la cultura occidental de nuestros días. De hecho, Isabel II era la cabeza de la iglesia anglicana.
Esta veneración de la muerte y de la persona fascina a miles de millones en todo el planeta, espectadores que caemos rendidos ante la monumental función representada con los mejores medios, de colosales presupuestos, pagados a escote por los súbditos de la finada. Se ha criticado el dinero que se ha gastado en estas exequias en un momento en el que las familias se enfrentan a la peor inflación en cuatro décadas y tienen por delante un invierno de facturas imposibles en la energía y los alimentos. El truco ha funcionado durante siglos y ahora las tecnologías permiten amplificar la magia a todo el planeta.
¿Preservará Carlos III la Monarquía como su madre?
Pero hoy sabemos que la magia no existe y que los reyes son los hijos. Al menos, en el caso de España y de la Gran Bretaña. En nuestro caso, por abdicación, y en el de los británicos, por la muerte de la Monarca. La magia no existe pero el show sí, y eso es lo que de momento ha protegido a Carlos III de su débil popularidad si le comparamos con su madre. El rey del Tampax es humano, como su madre, pero en el caso del marido de Camila Parker Bowles se hace muy evidente. Es precisamente su condición de ser humano lo que hace comprensible su complicada historia de amor con la mujer a la que ha hecho Reina Consorte. Sus sentimientos le impidieron acatar el matrimonio dispuesto por la Corona con Diana Spencer, porque fueron el amor y tal vez el deseo los que le torcieron su destino junto a la madre de sus dos hijos, uno de ellos, flamante príncipe de Gales.
La Reina Doña Sofía, en cambio, se ha mantenido firme en su puesto a pesar de las continuas humillaciones a las que ha sido sometida durante décadas por su marido. Cuando la madre de Felipe de Borbón pilló in fraganti por primera vez a don Juan Carlos de cacería en una finca de Toledo, en 1976, cogió a sus tres hijos y se marchó a la India, donde estaba su madre, la reina Federica. Pero la reina consorte de Grecia (desde 1947 hasta 1964), por nacimiento princesa de Hannover y duquesa de Brunswick, le dijo aquello de que "A una reina su marido nunca la engaña, y si la engaña nunca se entera. Tu sitio es Madrid y la Zarzuela". Y la obligó a marchase de vuelta sin deshacer las maletas. Isabel II y el duque de Edimburgo intentaron algo así con su hijo Carlos pero no lo consiguieron y aquello acabó mal, tal vez la peor mancha en el impoluto currículo de la reina fallecida.
Los pecados de Carlos III son inmensamente más conocidos que sus virtudes, y aunque su cuidada y permanente elegancia ayudan, será difícil que sus súbditos olviden sus vulgares instintos por más medallas, coronas, uniformes y mantos de armiño con que disfracen su personalidad más terrenal, la que le iguala, como mínimo, con todo hijo nacido de mujer, reina o no.
Viaja con su cama y su inodoro
El el nuevo Soberano tiene fama de maniático. Paul Burrell, el antiguo mayordomo de la princesa Diana, asegura que cada mañana exige que le planchen el pijama y los cordones de los zapatos, los cuales le tienen que atar en el momento de ponérselos. Carlos III tiene que dormir con las ventanas abiertas, viaja con su cama articulada, y su propio inodoro y obliga a sus asistentes a que le tengan la temperatura de la ducha exactamente a 20 grados.
Pero, manías y privilegios aparte, Carlos III tiene por delante un buen marrón. Este lunes fue enterrado el siglo XX y estamos de repente a las puertas de 2023, en un contexto de máxima inestabilidad, y desde luego la Gran Bretaña está contagiada de ese mal.
Con cuatro primeros ministros en siete años y sin un líder sólido desde Tony Blair, lo más estable allí ahora era la presencia de la reina. Por contra, las tasas de aceptación de Carlos III (un 50-55% frente al 90% de su madre) están lejos de la fallecida y por debajo de las de su propio hijo. Pero se ha descartado como hemos visto el salto sucesorio, un asunto que se llegó a escuchar en más de una ocasión. Hoy sabemos que eso no estuvo jamás en la cabeza de la Reina, conocedora de que la preservación dinástica forma parte de la esencia de la Monarquía, como bien explicó don Juan de Borbón en su día. Isabel II hizo lo que pudo para blanquear a su hijo y hasta a Camilla, a la que una excelente operación de imagen ha ayudado a subir enteros. Fue Isabel II quien quiso que fuera Reina consorte, un privilegio del que no gozó el duque de Edimburgo.
La madre de Carlos III fue sin duda una de las mejores testigos del siglo XX y primer cuarto del XXI. Desde que en 1952 se convirtió en Reina, al servicio de Su Majestad han estado 15 primeros ministros, de Churchill a la posibilista, populista y cambiante Liz Truss, y 170 primeros ministros de los países de la Comunidad de Naciones, tan importante para la reina, algo incomprensible para por ejemplo Margaret Thatcher (con quien no se llevó nada bien), pero esencial para ayudar a digerir a los británicos que el mayor imperio del mundo había dejado de serlo. Ahora veremos qué países de la Commonwealth se pasan al republicanismo, y ya ha empezado la desbandada en el Caribe británico (Barbados ya lo hizo), en Nueva Zelanda se lo plantean y puede llegar un rosario de deserciones.
Internamente, la reina ayudó a comprender a los laboristas británicos que la Monarquía era compatible con el socialismo. De sus 15 primeros ministros, once han sido conservadores y cuatro, laboristas. Hasta el año 1964, el Reino Unido no tuvo un jefe de Gobierno de izquierdas, Harold Wilson.
Isabel II nunca se manchó con cuestiones políticas. Por contra, las cartas secretas de Carlos de Inglaterra al Gobierno de Tony Blair ponen de manifiesto que el actual Monarca se inmiscuyó donde su madre nunca quiso hacerlo. Y si lo hizo, no se supo. Isabel II desde que fue coronada visitó más de cien países. Había recorrido el equivalente e 22 vueltas al mundo hasta que decidió dejar de viajar al extranjero, a los 89 años, en 2015. Fue la primera monarca británica en visitar China, o en hablar ante la Cámara de Representantes de EEUU. Y se reunió con 13 de los 14 presidentes norteamericanos elegidos durante su reinado, y con cuatro papas. Compartió los momentos más dramáticos de los británicos durante la II Guerra Mundial, les acompañó en la posguerra, en la entrada en Europa y en su salida tras el Brexit. Tal vez por eso millones de flores la han acompañado en sus últimos días en la Tierra.
Pero no habrá siempre flores en las puertas de Buckingham y si las hay el sentimiento por el duelo de la reina no será suficiente para sostener al nuevo rey. Los billetes y las monedas con Isabel II convivirán con los nuevos de Carlos III y el recuerdo a la gran soberana perdurará pero no bastará para mantener a Carlos en el trono.
El pilar de estabilidad, seguridad y solidez que durante siete décadas ha tenido firmes hasta a los más republicanos ya no está. El hueco que queda en la sociedad y la política británica llega en el momento en que más se necesitaba a alguien como Isabel II para mantener esa estabilidad, después del Brexit, con el problema de la frontera de Irlanda del Norte, la pandemia, del precio de la luz, con Escocia pidiendo referéndum para octubre de 2023, con una guerra en Europa, con una incertidumbre económica terrible y con una primera ministra recién llegada, y lo que es peor, con un partido conservador que se ha pasado al populismo, cambiando grandes estadistas por payasos, italianizando un país que era modelo de estabilidad.
En su propia familia, Carlos III hereda también muchos problemas. El propio Monarca se se vio salpicado el pasado mes de junio en una gran controversia después de que el diario The Times publicara que aceptó un maletín con un millón de euros en efectivo de manos de un multimillonario jeque catarí, además de otros pagos. En total, Carlos recibió tres millones de euros en efectivo para su Fundación Benéfica de manos del jeque Hamad Bin Jassim Bin Jaber Al Thani, ex primer ministro de Catar, en pagos realizados entre 2011 y 2015.
Pero la Casa Windsor se enfrenta además a acusaciones de racismo de Harry y Meghan y la polémica del príncipe Andrés, el que fue hijo favorito de Isabel II, apartado en enero de este año de la agenda y despojado de todos los honores militares y tratamiento de Su Alteza Real después de que un juez de la corte civil de Nueva York rechazara los argumentos del duque de York, que había pedido archivar la demanda de Virginia Giuffre, quien le denunció por haber mantenido relaciones sexuales con ella siendo aún menor de edad, cuando era explotada por una red controlada por el pederasta Jeffrey Epstein. El acuerdo extrajudicial obligó a Isabel II a pagar (de su bolsillo) 12 millones de libras esterlinas, unos 14 millones de euros, pero Andrés ha quedado marcado de por vida y ese toro tendrá que lidiarlo ahora su hermano mayor.
Carlos III llega al trono a los 73 años, con estos problemas pero sin el carisma de su madre, "una de las mejores reinas de todos los tiempos", según Felipe VI. Sin duda fue una figura de una extensión fabulosa, no solo en su país sino en el mundo. Consagró su vida a la permanencia, a la continuidad. Otra cosa es que sus esfuerzos por perpetuar la dinastía sean suficientes para sostener al nuevo Rey.